El Viejo Pareja
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Cartas al Director
16 octubre2025
Sí. El Viejo Pareja… Así le llamábamos en privado —entre nosotros, sus alumnos y profes— al director de la ENBA (Escuela Nacional de Bellas Artes, hoy Ienba —Instituto Asimilado a Facultad Escuela Nacional de Bellas Artes—). Sus obras se exhiben en el museo que lleva su nombre, recientemente inaugurado en Las Piedras (tal como lo anunció Mario R. Pareja en Cartas al director del día jueves 10 de julio de 2025), y cuya curaduría correspondió al exdirector del MNAV (Museo Nacional de Artes Visuales) Enrique Aguerre.
Recorriendo las salas con sus obras, asaltan mi memoria los recuerdos de nuestro transcurrir por la escuela. Pues en aquellos tiempos éramos —y somos entre los que quedamos de aquella época— “la familia de la escuela” (nada que ver con la actualidad, donde nada de eso vive ni existe, y transita por una grisácea y triste realidad, tan lejos de aquellas campañas de sensibilización que inundaban los muros de la ciudad con colores, formas y dibujos, o pintando el barrio Reus, o en las escalinatas de la universidad y sindicatos con las “ventas poplares”.)
En efecto, como tal funcionábamos, dada nuestra peculiar forma de vida, como militancia estudiantil universitaria, más allá de líos y amoríos incluidos, y, tal como él mismo nos definiera en la entrevista que le hicieron Gabriel Peluffo y Hugo Gilmet en Marcha, N° 1573, del 10 de diciembre de 1971, y que nosotros, la AEBA (Asociación de Estudiantes de Bellas Artes), publicamos en la revista Taller de Julio 85, con motivo de su fallecimiento y de la reapertura, luego de la opróbica dictadura que nos silenció durante 12 años.
El “yo” y el “nosotros”: “‘Corregiremos el error de la grandilocuencia individualista, para lograr la llana grandeza de una sociedad que se cultiva’”, que es la mejor forma de cimentarla —dice Figari—, por cuanto ofrece un promedio más halagador y efectivo, y no aquella engañosa apariencia en la cual surge un infinito porcentaje de grandes intelectuales y refinados, en medio de una llanura pampeana de ignorancia y atraso”.
“De esta experiencia, no es extraño que volvamos a la escuela para expresarnos con el material más modesto e imprevisto. Y digo ‘nosotros’ porque esta escuela ofrece la tentación irresistible de ser uno más. Porque alumnos y profesores, viviendo esta aventura de la cultura y el arte, sumaremos gustosos nuestra personalidad, para diluirla modestamente en la obra colectiva que con todo fervor se está gestando”.
Mas en su presencia la manera de llamarlo era don Miguel (Talita, su esposa, le decía Miguel Ángel cuando lo visitábamos con el Marce Marcelino Guerra y otros, los domingos después de la previa en Tristán Narvaja.) Eso sí, le teníamos el mayor cariño y máximo respeto. Pues en aquellos tiempos “la educación comenzaba por casa”; podríamos decir: a imagen y semejanza de M‘hijo el dotor de Florencio Sánchez —ingresé como estudiante en 1968, plena efervescencia (al decir de los franceses) “sesentayochotista” (je sui un ancianne soixante-witen), con manifestaciones y barricadas de la Federación de Estudiantes Universitarios incluidas, y a instancias del Mayo francés con sus eternas asambleas en la Sorbonne lideradas por Dany Cohn Bendith—.
Sí, tengo presente que, por ejemplo, en los almuerzos o cenas o reuniones familiares los gurises solo escuchábamos, y que no se nos ocurriese intervenir, hablar u opinar de ningún tema, salvo que, los mayores nos preguntaran, lo cual poquísimas veces ocurría. No sucedía lo mismo con muestro director de la Escuela de Bellas Artes y profe: Miguel Ángel Pareja (no se te ocurriera decirle maestro). Por cierto, todo lo contrario. Te incitaba a expresarte como fuera. Ser tú mismo: “Pero sucedía que en todos esos años el estudiante había hecho lo que le mandaban y al encontrarse libre no sabía que hacer, porque no estaba habituado a ejercer su libertad. Esa fue la primera reacción. Había estudiantes que eran expulsados de los salones por no obedecer la forma de pintar de su docente. (…) Cuando yo me enfrenté a ese problema tan grave de la docencia lo primero que hice fue proponerles a los estudiantes que hicieran cada uno lo que desearan, lo que no habían podido hacer hasta ese momento, pues yo iba a juzgar solamente lo que podía ser pintura y lo que no podía. El problema estético lo dejaba de lado, eso lo tenía que resolver cada uno por su cuenta. Entonces, de allí en adelante se formó en mi taller un movimiento de estudiantes inquietos que estaban fermentando otra cosa”. ¿Se imaginan si hoy viviera y tuviera que soportar la reaccionaria y autoritaria “ideología de género” en la educación, siendo que “es cosecha del neomarxismo, el cual se injerta a través de la ideología de género en la mente de los jóvenes” (según la doctora Marta Varela Gallinal, en S.O.S. educación: ¿fraude o rescate?, del Instituto de Estudios Cívicos, pág. 12)? A lo cual debemos agregar: el aberrante “lenguaje inclusivo”, utilizado por todas las huestes feministas frenteamplistas, integrantes de los ámbitos parlamentarios, y, ni que hablar, los actuales “escraches” y pintadas antijudías nazifascistoides de la izquierda en escuelas y cementerios judíos.
Pero lo más importante era cómo se preocupaba por todos “nosotros”. Al punto (les cuento) que citó a la dirección a mi pareja de entonces —la madre de siete de mis nueve hijos— para consultarle: “¿es verdad, Sirma, que te vas a casar con Marrón? Y cuando ella le contestó “sí, don Miguel”, mirándola azorado a los ojos, nuevamente le preguntó: “¿Tú estás segura de lo que vas hacer?”.
No obstante, nos mimaba y protegía. Tanto es así que (a instancias del Joje Jorge Errandonea otro de mis “maestros de la vida del y del arte”, además de Gomía y Hermanito) nos salió de garantía de la casa que alquilamos en Punta Carretas (Mora y Montero) cuando nos casamos con Mana, Sirma Leonie Antonieta Marra Schirgalea, puesto que vivíamos (como todos los que nos creíamos artistas por esos entonces) en un altillo de la Ciudad Vieja —pero ya anunciaba su llegada nuestra primera hija, María Macarena, por tanto, imperaba comenzar a cambiar el chip—.
Debo resaltar su proyección docente en lo general y hacia mi persona en particular. Hoy le agradezco cómo me alentó entre las artimañas del arte, puesto que era yo un alumno muy muy conflictivo, dado mis atávicas e impresentables desprolijidades, todo lo cual influyó en mi posterior actividad plástica y, principalmente, en lo referente a mi tránsito estudiantil y posterior desempeño docente. Por ejemplo, en lo plástico, me descubrió, por un lado, que soy un colorista nato (a mi criterio, semejante, mas nunca igual a él).
“Estas anotaciones sobre el color en la pintura no tienen pretensión teórica ni filosófica. Tan solo quiero dejar anotado lo que me ha ido ocurriendo al pretender saber más en esta materia, por aquello de que quizá el conocimiento de los problemas que se me presentaron y las soluciones que fui encontrando puedan servirle a alguien. Nuestra generación —nací en 1908— tuvo, allá por 1925-1930, una primera rebeldía y fue la de declarar que nuestros maestros no nos enseñaban nada. Conocía la pintura de nuestros posimpresionistas: Blanes Viale, M. Rosé, Causa, M. Bereta, Laborde, Bazurro, Figari y otros. Se sabía de la aparición del cubismo en 1908, pero lo ignorábamos. Se nos decía que era cosa poco menos que de locos o aventureros. Y, desde luego, esta falta de información acuciaba aún más nuestra curiosidad. Queríamos saber. Por otra fuentes se nos decía que, para realizar arte, había que conocer geometría y que, además, el color no podía usarse así como así” (Pareja, Miguel Ángel; El “yo” y el “nosotros”, entrevista de Gabriel Pelufo y Hugo Gilmet en el semanario Marcha N° 1573, diciembre de 1971, reproducido en revista Taller-Julio 85, págs. 23-28).
Por otra parte, y en lo personal, me transmitió que conllevo un dibujo muy particular, así como me formó en que para analizar un trabajo plástico/pictórico hay que ponerlo en el suelo o alejarse del caballete y, fundamental, siempre entrecerrar los ojos, como también ponerlo frente a un espejo para captar los errores y subsanar los defectos.
Y a propósito de su exuberante actividad docente, cómo no recordar sus clases semanales de análisis de los viernes sobre el trabajo de cada uno de sus estudiantes, que eran magistrales y aún las llevo en mis retinas y piel y donde la experimentación ardua y constante era el signo marcante, que por lo general se extendían hasta pasada la medianoche y continuaban —obvio— en el “aula bolichera” del Chamadoira o San Román, que eran los boliches de entonces, ya que El Trigo y El Periplo fueron de la reapertura.
Y recuerdo que en una clase, en la que analizaba una investigación sobre forma/color y textura para hacerme ver las relaciones y la importancia de esa tríada plástico-conceptual, tomó un trapo, con el cual limpiábamos los pinceles, lo tiró sobre mi trabajo y me espetó: “¿Y ahora qué tenés para decir, mi querido Marrón?”. Mágicamente, se tornó un colage armónico y expresivo (siempre fuimos una escuela experimental y expresionsta)
“Toda la evolución de mi pintura podría resumirse en los siguientes términos: en un primer momento, impresionista; después, pasa a ser cezaniana y luego expresionista. Más tarde tiene su aspiración de orden mural. Digo aspiración y aspiración impotente, porque cuando llegué de Europa se me planteó la pintura mural como problema (…). Mi pintura llega un momento en que es expresionista. Es expresionista porque cuando yo tomo el tema del gaucho trato de no tomar al gaucho como una situación pintoresca y lo abordo en lo que yo conozco de la vida de un hombre de campo. No es un problema meramente visual sino un problema humano complejo“ (Pareja, Miguel Ángel; El yo y el nosotros, entrevista de Gabriel Pelufo y Hugo Gilmet en el semanario Marcha N° 1573, diciembre de 1971, reproducido en revista Taller-Julio 85, págs. 23-28).
No obstante, resalto que jamás rechazó a ningún estudiante, fuera quien fuese y pensara lo que pensara, por su condición ideológica. Lo cierto es que en esa clase —que fue en general muy risueña y festejada— me dejó mudo. Y lo peor: más avergonzado que “la vergüenza ajena” (que es la peor, y hoy reconozco y me horrorizo tras haberla experimentado en carne propia, cuantas veces la provoqué y experimenté). Mas, como jamás olvidé esa profunda lección, en mi posterior ejercicio docente siempre trataba de emularlo, sin lograrlo como él, claro. Pero me ayudaba seguir sus pasos, basados en la experimentación y la enseñanza activa practicadas por la escuela (“nunca una misma agua pasa dos veces por el mismo puente”) orientadas por John Dewey, Decroly, Montessori, etc.
Ahora, para ensoñadamente recapacitar mediante el filosofar y poder así seguir recordando aquellos grandes momentos de comunicación y formación en el arte, citaré una más: al final de la revista Taller en página 30, que corresponde a la mención de una carta de Pareja a Silvestre Peciar, en una entrevista realizada por el periódico A Razão de Río Grande (Brasil) en 1980: “Peciar: no estoy de acuerdo cuando dices en tu carta: “La actitud mental, para la creación espontánea, es antagónica a la actitud de estudio” (…). El estudio y el hacer espontáneo no están en conflicto, pero se complementan y uno necesita del otro. ¡¡¡Yo estudio hasta en qué consiste el hacer espontáneo!!! Se puede ser racionalmente ordenado: primero esto, después aquello. Pero también se puede ser impulsivamente ordenado: primero, mi afán, después el orden, después el afán, después…, lo que importa es no matar el ángel”.
Este era “nuestro” (mi) maestro y director: el Viejo Pareja. Gracias, don Miguel, y salú, por donde quiera que ande…
Licenciado, investigador y profesor (jubilado) Armando Marrón Silva Ramírez
https://www.busqueda.com.uy/cartas-al-director/el-viejo-pareja-n5405276