Ser artista

Por Juan Mastromatteo

Revista La Pupila, No. 69, abril de 2024, pp. 6-7.

 Si hay un término que se ha prestado a las más diversas interpretaciones es artista, la condición de arte y el ser artista, que se deduce de la capacidad de quien es capaz de producir arte en cualquiera de sus modalidades. Se ha llegado al extremo de decir que todo es arte, seudoelegante forma de no decir nada. Luego, pretendiendo ser más selectivos, nos referimos específicamente a oficios y tareas que en mayor o menor medida exigen una habilidad, una preparación o años de estudio y conocimiento. Nos referimos a tareas específicas de la actividad del hombre con un alto grado de especialización. El otro extremo ubica la condición del artista en el espacio insondable del misterio y evita, así, explicar cualidades que nos acercan a su comprensión tanto como a su disfrute. Ni facilismos ni misterios. Ni el arte ni el artista tienen nada que ver con la gastronomía y su cocina, ni tampoco es una actividad que se desarrolla en un gabinete científico hermético donde se combinan fórmulas y porcentajes mágicos. La condición de ser artista la ubicaríamos en otro lugar, un lugar específico dentro del marco social en el que se lleva adelante su tarea. Lo primero que resaltaría es su complejidad. Complejidad a varios niveles: en lo social, con todas las condicionantes que vivir supone para cualquier persona, y en lo individual, porque agrega a lo anterior el conocimiento de sí mismo más todo el conjunto de saberes inherentes a su propia condición. No hay tarea, idea o práctica que sea ajena a sus necesidades, porque en su accionar todo es utilizable, todo es pasible de contribuir al logro de cierto objetivo. Mientras los oficios y las especializaciones tienen un marco relativamente delimitado a la especificidad de sus objetivos y necesidades, ser artista no se circunscribe a la actividad específica que se trate. Y lo que es aún más complejo: no tiene un marco referencial que delimite el territorio de su acción. No existe un programa o una carrera dentro de ciertos límites temporales capaz de otorgarle, al cabo de un tiempo, un título habilitante que pueda exhibir como idóneo de su condición. Ser artista significa serlo todo el tiempo. Pero también significa, y esto agrega complejidad, serlo aun cuando no lo somos. ¿Qué significa esto? Que cuando estamos inactivos, o en períodos de escasa o nula actividad, interiormente trabajamos más que nunca, y esto sucede porque debemos atender y reflexionar por todo lo realizado, al mismo tiempo que reflexionar sobre lo aún no hecho, o sea, por lo que debemos hacer. La actividad no puede cesar porque nada de lo que haremos es ajeno a lo realizado, y está íntimamente conectado con ello. De tal modo que, para cualquier proyecto en el futuro, debemos trabajar en el presente apoyados en la experiencia del pasado. Se debe serlo en todo momento, porque nada está hecho hasta que no se hace, y lo tremendo de todo esto es que puede ocurrir en el momento menos esperado. Ser artista significa vivir toda una vida sin saberlo. Hacemos aquello que amamos porque hacerlo resulta imprescindible, pero no accedemos a un título habilitante que podamos exhibir, ni nada ni nadie nos brinda la más mínima certeza. No nos levantamos diciendo «quiero ser artista y voy a empezar una obra de arte». Simplemente, cada día nos ponemos a trabajar con todo lo que sabemos con la esperanza de agregar algo que no sabíamos que existía. Ser artista significa trabajar con la duda y la incertidumbre. Ser artista no es un privilegio, tampoco debería ser un castigo. Ser artista significa poner la vida al servicio de un sueño creador. Ser artista supone trabajar día tras día, madurando el oficio y ordenando las ideas, ¿para qué? Para crear precisamente un vínculo constante y permanente que permita conectar los elementos materiales con el pensamiento en pos de una obra compacta cargada de sentido. Ser artista al fin es ser uno mismo y el otro al mismo tiempo, tarea compleja si las hay y para la cual todas las energías deberían estar a su servicio. Nos preguntamos: «¿Es esto posible?, ¿puede alguien volcar todo su tiempo al trabajo creador?». Todos sabemos que esto es difícil, sobre todo si, además, debemos llevar adelante otro trabajo para sobrevivir. Es decir, repartir nuestro tiempo con tareas que muchas veces no tienen ninguna relación o son opuestas. ¿Cuánto se gana y cuánto se pierde con esta situación? Es una pregunta que yo no voy a responder, pero a la que todos quienes tienen en sus manos las políticas públicas sociales y culturales deberían tener una respuesta posible. A pesar de esto, intentaremos desbrozar el camino de las dificultades que cualquier respuesta debe enfrentar: 1. ¿Deben ocuparse de este tema el Estado u organizaciones privadas con los cometidos de promover las artes en todas sus dimensiones posibles? 2. En caso de ser así, ¿debe el Estado colaborar con ellas? ¿De qué modo? ¿En qué medida? ¿Con qué propósito? 3. ¿Deben buscarse soluciones institucionales? 4. ¿Deben arbitrarse estímulos individuales? ¿O ambas cosas? 5. ¿De qué modo se instrumentarían estas medidas? 6. ¿Es justo y posible que la sociedad asuma como propia la tarea de colaborar en el desarrollo, el estímulo y el crecimiento de las artes? 7. En caso de que todo esto sea posible, ¿existe algún mecanismo social de selección que nos permita saber lo que debemos aceptar y lo que debemos rechazar? Estas son algunas de las preguntas que nos hacemos y que muestran las dificultades del tema tanto como sus complejidades. Ser artista es una condición del hombre que se asume en libertad y desde el inicio de los tiempos, cuando la complejidad social no era la de las sociedades actuales y los grupos humanos sobrevivían con una clara y complementaria diferenciación laboral. Cada uno cumplía con una tarea que contribuía a la conservación y el desarrollo de la comunidad. Esta característica de las actividades humanas sigue siendo una verdad en la sociedad contemporánea. Claro que ya no es tan simple determinar quién es quién y qué tareas debe asumir. Entonces, vamos tomando caminos, llevando a cabo tareas a los tropezones hasta que vislumbramos actividades en las que nos sentimos más cómodos, o nos sentimos impelidos por una necesidad interior a atender. Y es aquí donde se produce la gran contradicción entre esa necesidad interior y lo que llamamos necesidad social. ¿Necesita artistas la sociedad? ¿Cuántos? ¿En qué áreas de actividad? ¿Con qué características? Esta contradicción nos coloca en el centro de la cuestión. El artista, en el goce libre de su condición, aspira a realizar una obra sin condicionamientos sociales. Quiere ofrecer a la sociedad en la que vive un mundo de imágenes y sensaciones inédito, algo que no existía antes y que amplíe su humanidad. ¿Es esto posible? ¿Cuánto está dispuesto a hacer la sociedad para facilitarlo? La respuesta que demos nos dará la medida de la sociedad en la que queremos vivir.

Juan Mastromatteo, Revista La Pupila No. 69, abril de 2024.