>-Formalmente, tu acercamiento a los temas de políticas culturales fue en aquella Comisión de Diputados que si mal no recuerdo, sacó una Ley relacionada con la música
-Ese grupo de cuatro diputados, uno por cada partido representado, era una comisión informal. Aclaro porque ninguno de los cuatro integramos la Comisión de Educación y Cultura. Las comisiones de educación y cultura -y esto tiene que ver con el tema de fondo-, solían tratar en aquella época las cuestiones de educación. La educación se comía los temas de cultura. La idea fue tratar de sumar gente en una especie de lobby abierto, con un integrante de cada partido político, para ayudar a generar iniciativas en ese sentido. Yo fui uno de los promotores de ese grupo, porque en la legislatura anterior, había presentado un proyecto de ley sobre artesanía, una propuesta sobre un concurso para videos y algunas otras cosas, sin mucho éxito. En la segunda legislatura se dieron algunas circunstancias que permitían hablar de estas cosas con Luis Alberto Heber, Luis Hierro y Lescano, que en esa integraba el Nuevo Espacio, que no estaba en el Frente Amplio. Por eso hablamos de los cuatro partidos políticos. Y esa comisión sacó el Fondo Nacional de Teatro; fue la primera que, en realidad, la hizo suya, porque ya venía trabajada por un grupo de teatristas, con la ayuda de Adela Reta. Después trabajamos la Ley del Fondo Nacional de Música, y concretamos la primera ley –en el año 93- de Incentivos Fiscales para la Cultura, que fueron dos artículos de una ley de Rendición de Cuentas. Como he dicho en otras oportunidades, hoy la hubiese planteado de otra manera. Pero en aquel momento, en el año 93, fue todo un avance colocar el tema en una Rendición de Cuentas con apoyo de la Cámara de Diputados. Y, aparte de esas cosas, fue un grupo que también hizo propuestas con el sector privado… Por ejemplo, con los canales de televisión hicimos una ronda de entrevistas con los directores de los canales tratando de encontrar alguna lógica que nos permitiera ayudar al desarrollo del audiovisual en el Uruguay.
-En tu caso, hacés el trayecto desde la política hacia la cultura ¿Qué percepción se tiene desde la política de las problemáticas de la cultura?
Siempre se dijo que la cultura era lo más importante. Pero siempre se utilizó ornamentalmente: el detalle de citar un poeta en un discurso, el decir que le gustaba tal o cual música, ir a tal o cual espectáculo y hacerse ver con tal o cual artista, siempre formó parte de; pero esa es una visión ornamental. Me atrevería a decir que hoy ya no se habla con el mismo desdén, que hay una actitud más reflexiva, aunque todavía falta continuidad y profundidad en el análisis de las políticas culturales.
-Fuiste el -o uno de los responsables- de los últimos diez años de la IMM ¿qué parámetros o qué pautas hay que tener para el diseño de una política cultural y cuánto pesa lo ideológico en eso?
-Esa etapa fue el producto de un desarrollo colectivo. Más allá de que hay distintos niveles de respon-sabilidad, subrayo que hay una responsabilidad política y una actitud y una manera de encarar las cosas colectivamente. Porque pasado el tiempo, cada vez que pienso en mi experiencia en la Intendencia de Montevideo, lo primero que se me viene a la cabeza es todo lo que aprendí. Se aprende muchísimo de juntarte con un director de una orquesta, o con un dramaturgo, que te plantea un problema concreto sobre la Escuela Municipal de Arte Dramático…o cuando te juntás con una comisión que gestiona un teatro de barrio en Montevideo, que tiene muchísimo para enseñarte también, incluso en aspectos que a veces figuran en los manuales de la gestión cultural. Para poner un ejemplo concreto: cuando el gallego Iglesias del teatro Flor de Maroñas contaba en las primeras reuniones, que había que pensar en las guarderías como patrocinantes de los teatros, porque la zafra de las guarderías de los barrios es en febrero o marzo, que es cuando inscriben a los niños, eso es un aprendizaje concreto. O cuando otra integrante de la comisión del barrio Lavalleja, en lugar de extenderse en evaluar a partir de otros parámetros, te dice “la gente aprendió a ver un espectáculo”. Estas cosas no se aprenden en los manuales. Creo que sí debe haber una actitud ideológica, sobre todo en el papel que debe ocupar la cultura en el desarrollo de una sociedad. Nosotros hicimos mucho énfasis en la cultura como una política social. Por supuesto, teníamos a Mariano Arana, que ya venía con una visión socioantropológica, por su propia militancia incluso en el grupo de estudios urbanos… No es problema sólo de los políticos que no haya una correspondencia de profesionalidad y de rigor en la gestión de las políticas culturales. Es un problema también de la sociedad. O antes, de la sociedad. Yo solía poner este ejemplo: si en un grupo de amigos, heterodoxo, de mi barrio, o con los que hago deportes, digo que tengo ganas de inaugurar un sanatorio, enseguida me van a mirar y a decir: ¿estás loco? ¿Tenés médico, tenés ambulancia, tenés sistema de emergencia móvil, tenés el plantel necesario, tenés las condiciones para una sala aséptica, etc, etc., etc.? Si a ese mismo grupo yo le digo que pienso instalar una biblioteca a la vuelta de mi casa, alguno se sonreirá, alguno me dirá qué bien; nadie me va a preguntar si tengo bibliotecólogo, cuál es el acervo, cómo pienso organizar la biblioteca, etc. No está en la sociedad, esa reflexión. De la misma manera que no está en la sociedad que tengo que fortalecer la vigilancia en un museo, donde quizás haya millones de dólares de valor del conjunto de las obras. Sin embargo, todo el mundo acepta que en un cajero automático se paren tres o cuatro agentes con ametralladoras, camioneta, y todo lo demás. Esas pequeñas grandes diferencias, luego se proyectan en la ausencia de los recursos materiales, de los recursos humanos, para estar a la altura de lo que “se dice” que es importante para una determinada sociedad.
– ¿Cuánto pesa lo ideológico en la construcción de las políticas culturales? Por ejemplo, en el discurso que dio Tabaré Vázquez en El Galpón dirigido a la gente de la cultura definió la misma como un derecho humano, transcribiendo la definición de la UNESCO: “La cultura no es un medio para el progreso material; es el fin y el alma del desarrollo visto como florecimiento de la existencia humana en todo sus formas”.
-Es un derecho humano esencial. Está entre los llamados derechos humanos de segunda generación: los derechos sociales, económicos, y culturales. El Estado tiene obligación de desarrollar políticas que resguarden estos derechos; a diferencia de los de primera generación (sobre la libertad del ciudadano, el desarrollo cívico, etc.), donde el Estado tiene la obligación de no hacer nada que implique coartar esos derechos. Yo creo que no hay que verlo fotográficamente, y que la organización de las políticas en general y, en particular, de las culturales, debe realizarse en torno a valores, y no en torno a objetivos políticos concretos. No me refiero a lo que “yo creo o pienso”, hablo en torno a valores como refiere la Convención de la Diversidad Cultural o la Carta Cultural Iberoamericana que firmaron los ministros de cultura aquí en Montevideo: respeto mutuo, diálogo intercultural, solidaridad, equidad, accesibilidad a la información y al conocimiento, memoria, la creatividad…. Entonces, la pregunta que hay que formularse para evaluar el trabajo no es si hice tantas exposiciones, si hice tantos conciertos, si hice tal o cual programa, sino es si estoy respondiendo realmente a esos principios que organizan mis políticas. Si se están concretando. Por eso, -lo he dicho- siempre sentí una insatisfacción permanente durante mi gestión en Montevideo. Y es muy angustiante. Recuerdo el debate, en 2003, plena crisis socioeconómica, que se generó en torno a reducir la exoneración que tenían las salas cinematográficas, el mal llamado impuesto al cine, ¡tremendo! Yo me sentí muy contento cuando la Junta Departamental lo aprobó y, finalmente, con todos los votos del Frente Amplio, más un voto colorado. Me sorprendió. Pero te ponés muy contento, y al otro día te decís: “bueno, ¿qué fondo generamos con este recurso? ¿Para cuántas películas y qué relación hay entre ese fondo y la potencialidad que tiene el sector del audiovisual en Uruguay?” Y ahí volvés a la insatisfacción, aunque hayas acumulado doscientos o doscientos cincuenta mil dólares. Siempre hay mucho más para hacer en ese sentido. ¿Eso qué quiere decir? ¿Que no se hizo nada? No: que se hizo mucho. ¿Quiere decir que se generaron instancias? Sí: se generaron instancias. Pero no se terminó de resolver la razón última por la cual nos planteamos una línea política, con la concepción y los desafíos que comentaba al principio.
–Los valores que definís son los tradicionales de la izquierda. Algunas de lasautoridades de la cultura de nuestro país, recurrentemente invocan al economistasuizo, Bruno Frey que, más allá de la importancia de sus aportes, tiene un posturaliberal,defendiendolaideadequeel mercado eselmejorasignadorderecursos.
– Yo no creo que esa sea la postura del gobierno. Yo creo que el mercado no es el mejor asignador de recursos en materia de cultura. Por definición, además. Sin embargo, no demonizo el papel del mercado. Entre otras cosas, las propias instituciones culturales, yo te diría, toda la cultura tiene su principal fuente de financiación en el público. El papel del Estado es menor en la financiación de la vida cultural del país. Claramente, el mercado es un asignador de recursos, pero no es el único. El Estado adhirió a la Convención sobre la Diversidad Cultural para proteger la promoción y protección de las expresiones culturales. Expresamente se dice que los bienes y servicios culturales no son mercancías como cualquier otra, sino que trasmiten valores; y se ratifica en esa Convención que entró en vigor ahora en marzo, y que Uruguay aprobó el año pasado, que los Estados tienen la potestad de desplegar sus políticas culturales precisamente porque están en juego los valores de los cuales hablamos anteriormente. Yo creo que tenemos que dar este tipo de debates o analizar los temas asumiendo la complejidad y la integralidad que tienen. Cuando digo complejidad e integralidad es porque hay una cantidad de factores en juego; y porque hay que verlo dinámicamente, históricamente. Son procesos. Cuando estaba en IMM me gustaba hablar de “ecosistema cultural” -después leí que algunos teóricos habían escrito sobre ello-.
Pero yo lo veía en la práctica: veía la necesidad del cuidado de un ecosistema. Lo planteaba, por ejemplo, cuando se estaba hablando de la reducción del presupuesto municipal -como siempre se habla- y le tocaba a cultura. Yo decía que eliminar un taller de teatro en un barrio, aunque los usuarios fueran 25, hace al ecosistema de la sociedad, y no hay que verlo como una pequeña anécdota que no tiene un impacto en el conjunto de la vida cultural de la sociedad.
–Y mucho más cuando hablamos de un mercado tan peculiar como el nuestro.
-Uno: que debemos asumir, cuando hablamos del mercado, incluso cuando hablamos del Estado, los problemas de escala que tenemos. Pero eso también es válido para desplegar políticas públicas. No podemos pensar sólo en las áreas donde hay reproducción masiva. Cuando hablamos de estos sectores, el audiovisual, el fonográfico, el editorial, tenemos que pensar con la misma cabeza que pensamos otros desarrollos productivos. Es decir: cuando nosotros acá no conocemos la producción literaria colombiana; no conocemos a la mayoría de las expresiones culturales de los brasileños o de los bolivianos o de los peruanos; y ellos no conocen la uruguaya. Existen estudios, como el de George Júdice, el norteamericano que ha estudiado el tema de las industrias culturales, particularmente musicales, en América Latina, que señala una cosa (sospecho que acá es igual, aunque no se ha estudiado), que es que el mercado indica un tipo de consumo cultural, pero la gente sigue consumiendo otras músicas. Es decir: falta saber más y ver el todo. Sí tengo datos que se desprenden de la encuesta de consumos culturales de Hugo Achúgar y su equipo en el año 2002 sobre lo que a la gente le gusta de la música y veo que no tiene necesariamente relación con los cinco discos más vendidos. Puede sorprenderte la masividad de los festivales de canto popular y música folclórica del interior o cuando prendés una radio en el interior, lo que la gente escucha…, no necesariamente es lo que vemos reflejado en los circuitos comerciales. Entonces, en ese sentido, lo del mercado no siempre es un buen indicador.
–Por eso. La complejidad es grande, por supuesto.
-Y el ecosistema se arma con el conjunto de las cosas. Y bueno, hoy en día, con Internet, mucho más. Es mucho más complejo y mucho más interesante. Claro, esto de ver la complejidad puede ser señalado como una fuga de la resolución de temas concretos. En mi caso, estuve al frente de una gestión durante diez años tratando de ver esta complejidad y teniendo que resolver todos los días sobre temas concretos. En el acierto y en el error. Creo que esto hay que hacerlo así. No tenés más remedio que decidir. Pero, para mí, igualmente no hay más remedio que verlo desde la complejidad.
–Se te debe haber planteado la vieja dicotomía entre la teoría y la práctica.
-Hay veces que la urgencia cotidiana, o lo que se instala como tema en la sociedad y que muchas veces es generado por los medios de comunicación, te colocan en la llamada agenda setting. Como la gente de comunicación sabe, es la agenda que te marcan los grandes medios de comunicación, los mass-media, que te obligan a estar discutiendo dos años sobre la capa de ozono, y luego una semana sobre lo que pasa en Doha, o antes en Kosovo… Para la cultura, es doblemente perjudicial.
¿Cómo se caracteriza un barrio donde lo único que se difunde son las rapiñas y la violencia, y nunca se habla de las otras cosas que pasan en el barrio?, ¿problemático, rojo?, ¿qué piensa la gente de ese barrio después de lo que ve todos los días en TV?… La otra construcción, la complejidad del tema en su debida dimensión, no aparece. Y bueno, yo creo que uno de los tantos problemas que tenemos en el sector cultura es que no elevamos la mirada, y solo nos ocupamos de cuánto tiene aquel y cuánto le dieron a aquel otro, y no jugamos en la cancha grande. Me parece que uno de los principales problemas que tiene el sector cultura.
Porque hoy me preguntabas por el sistema político- es que no tiene una mayor capacitación para ser interlocutor con la sociedad. Algo estamos haciendo mal. Te lo digo de esta otra manera: si nosotros decimos que la cultura es tan importante que está en el centro de la vida de las personas, y después nos quejamos que estamos en los márgenes, no cierra. Ahí tenemos un problema: o no estamos en el centro, o la idea que tenemos de estar en los márgenes es porque nos estamos parando mal frente al espejo, y el espejo nos está devolviendo una imagen que no es la que corresponde, diferente a la que nosotros esperábamos ver. Si estamos en el centro, probablemente no sepamos ser interlocutores -desde esa centralidad- con la sociedad. Y yo creo que ese es un punto a considerar. Los interlocutores suelen ser los artistas, que, en realidad, son los principales nexos con la sociedad, los más emblemáticos. Pero visto desde el ángulo de las políticas públicas y su reubicación en la agenda o en el sistema, no son o no deberían ser los únicos referentes.
–Muchas veces se habla de encarar los problemas de la cultura a partir de una mirada antropológica, y eso tiene mucho que ver con la relación con la sociedad. Y en muchos casos se concretan hechos culturales inspirados en esa concepción sin la necesaria resignificación, y quedan en meros recuerdos o tibios reconocimientos.
-Bueno, los antropólogos le llaman a eso el riesgo de la extensión del concepto. Sí. El riesgo que se tiene de los dos lados. “No me vengas con esa visión tan amplia, que al final no somos nada”, y también está la otra, tenemos una visión tan amplia que cualquier cosa es el todo. Yo creo que ese es un riesgo que hay que correr. Lo que digo es que tenés que tener esta mirada, compleja, integral, etc., aun cuando seas el responsable del teléfono de una biblioteca. Porque una biblioteca es parte de esta vida tan entramada de la sociedad, y no es lo mismo esta biblioteca en el siglo XXI que la biblioteca en el siglo XVII. Y es parte de esa realidad. Ahora, no puede ser que la visión antropológica sea una excusa para no desarrollar la especificidad de la biblioteca. La biblioteca no es un lugar para hacer bailes. La biblioteca es un lugar para permitir el acceso al conocimiento, la cultura lectiva, para no ceñirme sólo a los libros. Entonces tiene su especificidad y hay que profundizar sobre esa especificidad. Y el responsable de esa área, como el de la música o de una sala de espectáculos, tendrá que tener su desarrollo profesional particular.
–¿Cómo diagnosticar y potenciar lo que es realmente identitario para una comunidad?
– Me complica hablar solo de identidad, sin pensar en términos de diversidad cultural. Yo lo veo como un proceso. Las dos categorías en todo caso. A veces cuando se habla de identidad no se quiere ver el bosque, sino el patio de adoquines. El patio de adoquines que parece mucho más ordenadito, es más fácil. Para mí importa el bosque, con lo complejo, donde no es fácil nacer y vivir, desenvolverse pero que, en definitiva, existe la posibilidad de un desarrollo más pleno. Para mí, lo identitario es una construcción. Es una construcción social y en transformación constante, porque lo que hoy entendemos por identidad, no tiene los mismos componentes que hace 200 años, y no sé qué será en el futuro. Es una construcción social que no debe parapetarse en lo que tenemos hoy o en la nostalgia de ayer, ni tampoco parapetarse en los límites del Uruguay. Por ejemplo, para no escaparle al bulto: la zarzuela. ¿Apoyar la zarzuela? Nosotros teníamos en el Departamento de Cultura una definición general “políticamente correcta” que decía: asignamos recursos donde el mercado no asigna. Entonces, yo qué sé, en la época de Los Fatales o Mayonesa, no pensábamos en cómo apoyar a ellos que andaban bien con sus espectáculos y bailes; pensábamos en cómo apoyar a la danza contemporánea o a otros músicos a los que el mercado no reconocía. Estoy hablando de grandes músicos populares, excelentes músicos, por lo menos en la opinión de la gente que sabía. Porque el otro problema es el valor oficial de la cultura, entendiendo por ésta el del statu quo o el gusto del jerarca de turno.
Entonces, personalmente, en los diez años que estuve en Cultura, nunca jugué, ni nunca expuse, ni planteé, mi gusto personal. Nos manejábamos con colectivos, con tribunales, con comisiones… aunque no lográramos salir de determinadas orientaciones. Pero, por lo menos lo intentábamos, tratábamos que esas instancias fuesen plurales … Ahora, ¿eso quiere decir que los otros no formaban parte de la construcción social de una identidad? Yo creo que no. Sí y no. También falta un proceso de cierto sinceramiento. Te voy a poner un ejemplo concreto: en los escenarios populares durante carnaval, estábamos de acuerdo en que sólo hubiesen expresiones carnavaleras, que iba sólo el carnaval. Pero hubo un momento en que no iban los jóvenes a los escenarios; y los escenarios populares necesitaban una determinada ecuación. En la época en que yo estaba eran más o menos 600 entradas promedio por día durante las 20 noches, para que realmente fuesen sustentables con el apoyo de la Intendencia de Montevideo. Nosotros apoyábamos, pero ellos gestionaban… Y hubo un momento en que no se podía lograr eso. Y hubo un año en que se programó a estos grupos -no a los que mencioné, sino a otros posteriores que hubo-, y los escenarios empezaron a tener 1.200, 1.500, 1.600 entradas vendidas, con los más jóvenes. Yo, francamente, hasta el día de hoy tengo la duda. Primero, son escenarios populares barriales. Segundo, las veces que yo los recorrí y que visité, pude ver a jóvenes que se quedaron viendo murgas y participando del carnaval. Tercero, el propio carnaval ¿no internalizó en algunas de sus categorías, buena parte de algunas de estas expresiones artísticas?… Me acuerdo de un libro del paraguayo Ticio Escobar sobre el arte indígena y cómo determinadas comunidades incorporan actualmente objetos actuales –una lata de cerveza, por ejemplo- a sus expresiones plásticas.
–Una de las preocupaciones de este gobierno en todos lo ámbitos es la incidencia de los corporativismos, se les critica por tener una mirada unilateral de defensa de sus intereses, sin calibrar el interés común.
¿Existen corporativismos en la cultura?
– No sé si hablamos todos de lo mismo. Habría que revisar el término corporativismo en esta época. Porque se habla de corporativismo con una visión denigrante. Yo creo que es lógico que haya grupos de interés y que defiendan sus intereses y que tengan sus perspectivas. Yo creo que es bueno que haya asociatividad. Siempre estimulamos la asociatividad. Ahora: no siempre es fácil administrar los tiempos y el intercambio entre diferentes asociaciones. Pero siempre la estimulamos. Y me parece que no es válido que cuando una determinada asociación de grupos, o de personas con un mismo interés, plantean su punto de vista diferente al nuestro, lo descalifiquemos con esa categoría. Se trata de ver si el otro tiene razón o no. Y discutir la razón. No es fácil esto.
–El desarrollo de una actividad cultural en países periféricos está jaqueada siempre por algunos efectos de la globalización, y fundamentalmente por la incidencia de los medios de comunicación ¿Cómo se actúa en este escenario tan desigual?
-Primero: yo creo que la diversidad también está jaqueada. Te digo porque no es sólo la identidad. Yo creo que es importante que nuestras voces y las voces de los demás estén en los medios de comunicación, entendidos como espacios públicos. Lo mismo para el sistema educativo formal. El gobierno nacional está generando ámbitos de debate en torno al tema de la opción tecnológica por el desarrollo de la radio y tv digital, y yo creo que esa es una gran oportunidad para que planteemos estas cuestiones de contenido. Pero ese debate, no es una cuestión –volviendo al sector cultura como interlocutor- de cómo yo coloco mi lugar en tal cosa, como a mí no me dejaron, sino de cómo democratizo los medios de comunicación en este salto que se está por dar de la era digital, desde esta óptica, que favorezca a la diversidad cultural. Si lo incorporo con una visión más integral, si lo incorporo desde un abordaje cultural, de los temas de los medios de comunicación y de la sociedad, probablemente no deje solos a los que hoy tienen que estar resolviendo sobre el marco regulatorio de la televisión y la radio digital, sino que lo vea de manera compleja, transversal, colectiva. ¿Es un problema de los canales privados, de los empresarios, o es un problema de cómo concebimos la comunicación para el desarrollo cultural de los uruguayos? Si lo planteamos de esta manera, probablemente arrojemos luz sobre qué términos de referencias deberían contemplarse, desde el sistema tecnológico hasta la organización jurídica del mismo. Claro, también vemos cómo hay canales que utilizan lo identitario como si fuese una cuestión nacional, pero propia. Es decir, cómo se atribuyen la identidad. Y bueno, por eso no es tan simple.
–A partir de tu experiencia en la Administración, y a partir de estas reflexiones, ¿cuáles serían para vos las fortalezas del desarrollo de la cultura uruguaya y cuáles serían las debilidades, en términos generales?
– Yo adhiero a esa creencia popular que los uruguayos tenemos una riquísima potencialidad creadora. Todavía… Porque en realidad me preocupa que hay sectores importantes de la sociedad marginados, cuyos códigos y puentes de comunicación están rotos. Bueno, cuando te decía que la cultura es esencialmente una política social, tiene que ver con eso. La clave está entre la resignación y la emancipación y entre el asistencialismo y la solidaridad. Si no hay un ejercicio libre de la cultura y no hay una actitud de promover el desarrollo cultural de la sociedad, se es un resignado y no se está en condiciones de emanciparse individualmente. Yo creo en la soberanía individual en este sentido como determinante y del otro lado, del lado de quien asiste, si uno no da las herramientas para que el otro pueda desarrollarse culturalmente, es asistencialismo y no solidaridad. Me parece que el concepto de libertad cultural o de derecho cultural, es clave para distinguir una de otra actitud. Pero volviendo a tu pregunta, creo que hay buenas condiciones, que hay una acumulación de riqueza y de valores. Creo que el Uruguay, por su propia conformación histórica, geográfica, por su ubicación y todo lo demás, nos enseña a vivir la diversidad cultural y simultáneamente a apoyarnos en nosotros mismos, no esperar de otros para tener nuestra voz. Creo que tenemos por historia y por actitud, esa combinación de hacer sentir nuestra voz y simultáneamente estar abiertos al otro. El modo civilizatorio de desarrollo de la humanidad no es el mejor, como ha quedado en evidencia por ejemplo en la relación con la Naturaleza, y allí cambia el contenido del “subdesarrollo”… nos ha permitido mantener una escala humana y una relación entre nosotros y con la Naturaleza mejor. Es una potencialidad interesante que tenemos allí. Y entre las principales debilidades, como la otra cara, podemos tener un problema de escala, aunque no siempre la escala es un factor para que no se dé la comunicación cultural. Podemos tener un problema de inaccesibilidad a la circulación de otros bienes y servicios culturales porque estamos en el cono de dependencia de los grandes sectores industriales del mundo. En la mundialización estamos en zona de dependencia . Creo que es un problema real, de fondo, que nosotros sepamos tan poco de otras culturas. Y no me refiero solamente a las culturas africanas, asiáticas, o al cine de Irán; pienso en la cultura andina, en la cultura de los pueblos chilenos o ecuatorianos, por ejemplo. Me parece que ese es un problema severo que tenemos. El otro problema que veo como una amenaza, es todo lo que hablamos antes: cómo salimos de esta situación en la que todavía no nos permitimos una reflexión más integral, más profunda, más compleja, más profesional, y cómo hacemos que esa discusión se democratice, que no sea una cuestión entre pocos, sino que forme parte de un estado de opinión pública. Para llevarlo a un ejemplo, como el que ponía al principio, ¿cómo hacemos para que esa sensación o idea que tiene la gente de lo “patrimonial”, se transforme en una política patrimonial sostenible, que ayude a la gestión real y eficiente del patrimonio nacional?