¿Cuáles son los beneficios cerebrales de tocar un instrumento?

 The Conversation

24 junio 2024

Decía Nietzsche que «sin música, la vida sería un error». Aunque esta afirmación sea un tanto radical, la música forma parte de muchas de las actividades de nuestro día a día. La encontramos en la radio, ayudando a amenizar los atascos, en los anuncios y tiendas, para estimular las emociones (y las ventas), o en nuestros conciertos en la ducha.

La música es un fenómeno universal. Casi todas las personas (el 95%) sienten que es algo realmente placentero. Y los datos de plataformas de streaming como Spotify revelan que pasamos de media más de una hora al día con nuestros auriculares.

Pero esta pasión de los humanos por la música no es nueva. Los primeros instrumentos musicales encontrados datan del Paleolítico (40 000–30 000 años atrás). Eran flautas rudimentarias hechas en huesos de animales (que seguramente aprovecharían tras la cena). Y es probable que la música estuviera ya presente muchos milenios antes utilizando el canto o la percusión sobre el cuerpo.

Desde entonces, todas las civilizaciones han cantado y danzado para celebrar la vida, llorar la muerte o arrullar a sus bebés. No es ningún despropósito afirmar que, al igual que somos un animal racional y lingüístico, también somos un animal musical.

La música como gimnasio de la mente

Aunque todos disfrutamos de la música, solo uno de cada diez españoles toca un instrumento. Esto es comprensible por la gran cantidad de esfuerzo y años que lleva dominar la técnica de uno de ellos. Requiere aprender un lenguaje y un sistema de escritura nuevos, coordinar con precisión un repertorio desconocido de movimientos de las manos, sincronizarse con otras personas, etc.

Y cuando al fin se domina una pieza, siempre aparecen otras obras y técnicas que aprender. De hecho, a la pregunta de por qué seguía practicando el chelo a los 90 años, el virtuoso Pau Casals respondió «porque siento que estoy mejorando».

Por tanto, aprender a tocar un instrumento es un entrenamiento intensivo que conlleva cambios profundos en el cerebro y las capacidades mentales. Algo similar sucede en profesiones que dependen de una habilidad específica, como son los taxistas. Los estudios con esta profesión muestran que una de las áreas del cerebro más implicadas en la navegación espacial y la memoria (conocida como el hipocampo) está más desarrollada en conductores expertos.

La huella cerebral de la música es todavía más amplia. Cuando se compara el cerebro de músicos experimentados con personas que nunca han tocado un instrumento, muchas regiones del cerebro de los músicos tienen un mayor volumen y grosor. También los músicos muestran cerebros mejor conectados.

Algo interesante es que estas adaptaciones ocurren tanto en partes del cerebro que tienen una función clara en habilidades musicales (por ejemplo, la audición o la destreza de las manos) como con habilidades más generales. Por eso, los estudios con miles y miles de músicos encuentran que tocar un instrumento mejora capacidades mentales tan generales como la memoria o la atención. También potencia el rendimiento académico y las habilidades lingüísticas y matemáticas de los niños.

¿La música como causa o consecuencia?

Sin embargo, los niños de familias con mayor estatus socioeconómico suelen elegir más la música. Algo que parece lógico viendo el precio de un chelo o de un piano (si no se imagina cuánto pueden costar, puede ver a lo que me refiero con un vistazo rápido en el navegador).

También es una actividad que los niños con mejores expedientes y mayores capacidades cognitivas escogen más. Por tanto, una limitación de los estudios que comparan a los músicos con no músicos es que no permiten distinguir si las ventajas que observan son una consecuencia de tocar un instrumento. ¿Y si las diferencias cognitivas ya existían antes de empezar a tocar? O ¿y si proceder de un ambiente más favorable es la causa real de las mejoras?

Una buena forma de resolver este dilema de «¿qué fue primero, el huevo o la gallina?» es investigando el efecto de la música cuando se eligen niños al azar, con independencia de sus características. Cuando se hace esto, de nuevo la música produce beneficios mentales claros.

Es más, las mejoras son especialmente grandes en los niños que provienen de ambientes desfavorecidos o con un menor desarrollo cognitivo. Por un lado, estos niños son los que con menor probabilidad acabarían aprendiendo a tocar. Sin embargo, si lo hacen, la música tiene un «poder igualador» en ellos. Parece que es capaz de amortiguar, en parte, el impacto de una vida más desfavorecida.

Mens sana in cerebro sano

Más allá de la infancia, hoy sabemos que nuestros hábitos condicionan la forma en la que envejecemos. Fumar, el abuso de alcohol, el sedentarismo, la obesidad o un estrés psicológico continuo son factores que aceleran el envejecimiento de nuestro cuerpo.

Tocar un instrumento, al contrario, reduce el riesgo de padecer una demencia o un deterioro cognitivo en la vejez. Al igual que conserva el cerebro unos cuantos años más joven y evita que muchas de nuestras capacidades mentales se vean afectadas por la edad. Así, los músicos mayores, con décadas de práctica instrumental, muestran una pérdida menor de memoria o velocidad mental, entre otras habilidades.

Pero no hace falta una vida enteramente musical para experimentar estos beneficios. Las personas mayores que comienzan a tocar tarde, en la vejez, también tienen un menor declive. Con estos datos, parece que no existen excusas. Nunca es tarde para comenzar con una vida mental activa.

Las personas se adentran en la música porque con ella disfrutan, se enamoran o se sienten parte de una comunidad. Sin embargo, implicarse en ella podría tener el efecto (no buscado) de potenciar nuestras capacidades cognitivas y protegerlas del paso del tiempo. Sin pretenderlo, la música transforma dos de las cosas que más nos fascinan del ser humano: nuestro cerebro y nuestra mente.

Este artículo resultó ganador de la primera edición del certamen de divulgación joven organizado por la Fundación Lilly y The Conversation España.

¿Cómo cambia nuestro cerebro la práctica musical?

The Conversation

21 setiembre 2024

Dicen que Mick Jagger, el líder de los Rolling Stones, afirmó que merece la pena excederse con todo lo que merece la pena hacer («Anything worth doing is worth overdoing»). La música, que ha hecho tan célebres a los Rolling Stones, es una de las actividades que más han valorado y practicado las sociedades. Las canciones aparecen en los eventos sociales para expresar identidad de grupo, como en los himnos, y emociones, que se contagian o sirven de alivio.

Tocar un instrumento implica una gran cantidad de aprendizajes y demandas cognitivas (perceptivas, de atención, etc.). Por eso no es sorprendente que una práctica prolongada mejore las habilidades auditivas y rítmicas. También se asocia con un mayor tamaño de áreas cerebrales dedicadas a la percepción auditiva, somatosensorial y motora.

Un ejemplo de reorganización cerebral se observa en los pianistas, quienes utilizan ambas manos al tocar. En las personas diestras es habitual observar un mayor tamaño en la corteza motora izquierda (aquella que controla los movimientos de la mano derecha). Sin embargo, los pianistas muestran mayor simetría entre ambos hemisferios.

Asimismo, tocar durante años un mismo instrumento cambia la relación con su sonido. La respuesta de la corteza auditiva de un trompetista es mucho mayor para los sonidos de una trompeta que para los de un violín. Lo contrario ocurre para un violinista.

Música más allá de la música

El caso de la música no es aislado. Otras actividades que implican el perfeccionamiento de una habilidad tienen su huella en el cerebro. Los taxistas profesionales desarrollan un mayor tamaño del hipocampo posterior, un área del cerebro que se asocia con la navegación espacial. Y el entrenamiento en malabares produce cambios en el tamaño de zonas encargadas de procesar el movimiento.

En los últimos 30 años muchos estudios han observado que los beneficios de la música se extienden más allá de la audición y la motricidad. Tocar un instrumento mejora las capacidades mentales en general. Por ejemplo, la música promueve funciones como el razonamiento o la memoria.

Los cambios en estas otras habilidades son más modestos. Pero el simple hecho de que la práctica musical incremente el rendimiento en tareas de razonamiento o de memoria ha despertado el interés de la comunidad científica: ¿por qué afecta la práctica musical a capacidades que no son las directamente entrenadas?

La explicación más habitual ha sido que la práctica musical aumenta la capacidad cerebral y sus funciones. Así, al ser necesario atender o memorizar durante la práctica musical, esas funciones se potenciarían. Pero esta teoría no consigue explicar muchos de los resultados. ¿Qué otras teorías podrían ser viables?

Una actividad multisensorial

Al interpretar una obra musical, los movimientos de los dedos se convierten en sonidos. Y a menudo símbolos visuales como notas o tablaturas guían esos movimientos y sonidos. Por tanto, la interrelación auditivo–visual–motora es una de las características más genuinas de la música.

El cerebro de los músicos profesionales funciona de una forma multisensorial. Cuando escuchan obras que ya han interpretado, las áreas motoras de su cerebro se activan. Y a la inversa, mover los dedos como si estuvieran tocando una obra produce la activación de áreas auditivas.

De hecho, se ha demostrado que la audición acompañada con movimientos produce mayores cambios que entrenarla solo escuchando música. Una posibilidad es que los músicos, acostumbrados a una percepción rica en modalidades sensoriales, tiendan a aplicarla en otros contextos. Por ejemplo, se observa la activación de la corteza visual en los músicos cuando memorizan palabras que solo se han escuchado. Y lo que es más crítico: esta actividad adicional del cerebro se relaciona con recuerdos más nítidos.

Por tanto, podría ser que la práctica musical modifique la forma en la que representamos la realidad. Al igual que ocurre con la sinestesia, una percepción multisensorial potenciaría desde los recuerdos de los eventos hasta cómo los utilizamos para tomar decisiones y razonar.

Estrategias musicales no tan musicales

Una segunda posibilidad es que la práctica musical fomenta el desarrollo de nuevas estrategias mentales. Adoptando rutinas cognitivas más eficientes, los músicos podrían superar muchas de las dificultades de tocar un instrumento. Pero ¿y si aplicaran esas nuevas estrategias en otros contextos?

Este sería el caso del ritmo. Las complejas estructuras rítmicas que existen en la música y la importancia de tocar a tempo promueven estrategias rítmicas. Pero muchas otras actividades siguen secuencias repetitivas.

Una de ellas es el lenguaje, con estructuras de acentos y énfasis que ayudan al oyente a aprenderlo y extraer el significado. Las personas que se sincronizan mejor con la estructura rítmica de una lengua, entre las que se encuentran los músicos, la aprenden con mayor facilidad.

Recompensar el esfuerzo

Por último, debemos pensar que el cerebro tiende a estar adaptado al presente. Pero alcanzar objetivos a largo plazo, como dominar un instrumento, conlleva renunciar a ese equilibrio en el presente. Es decir, dejamos de hacer lo que nos apetece en busca de una mejor adaptación en el futuro. Esto se experimenta como un gran esfuerzo que, sea físico o mental, resulta aversivo. De ahí que intentemos no esforzarnos durante largos periodos de tiempo y optemos por actividades menos costosas.

Aunque todo esfuerzo bien aplicado conlleva su recompensa. Manejado adecuadamente, el esfuerzo nos permite conseguir mayores recompensas futuras. Así, como paradoja, los frutos de nuestro esfuerzo, sean un plato de comida o un mueble que hemos montado desde cero, adquieren mayor valor.

La práctica musical es una actividad muy reforzadora: la recompensa es intensa y anima a seguir esforzándose. Es posible que esas recompensas (la propia música, los aplausos, etc.) reviertan el valor negativo del esfuerzo de tocar. Más aún, podrían convertir el esfuerzo en algo positivo en todos los contextos.

De esta forma, la práctica musical podría promover el esfuerzo. Quizá los músicos no tengan una mejor capacidad de razonamiento y memoria. Pero aprendan a manejar el esfuerzo de forma exitosa, lo que les lleva a hacer un mejor uso de sus capacidades en distintos ámbitos de su vida.