“Poemas y Canciones Orientales”: Una reivindicación a Osiris Rodríguez Castillos

El libro publicado por la editorial Estuario repasa el impacto que el autor tuvo en la música nacional.

Montevideo Portal

Beat

17.09.2024 12:21

Por Gerónimo Pose | @geronimo.pose

 

Osiris Rodríguez Castillos nació en Montevideo el 21 de julio. Hasta los tres años vivió en el barrio Goes y luego se crio en Sarandí del Yí, Durazno. Los motivos que lo llevaron a trasladarse y luego radicarse en el centro del país fueron por motivos laborales maternos.

Su padre, en palabras de los autores del libro Poemas y Canciones Orientales (2024), editado por Estuario en el marco de la colección Discos, era un bohemio crónico que tocaba la guitarra y había estudiado filosofía y letras en Buenos Aires. Mientras que su madre, por otra parte, era maestra, formada como partera y además supo tocar el violín.

Osiris comenzó tocando la guitarra, el piano y escribiendo versos. Con su «Romance para el Gral. Lavalleja» ganó un premio literario en Minas en 1953, lo que desembocó más tarde en la publicación de su primer poemario, Grillo Nochero.

La metodología de composición de Osiris enriqueció al colectivo artístico y cultural que se movía entre las fauces de la canción popular. Hamid Nazabay y Martín Palacio Gamboa se disponen en este libro a reconstruir toda una época y un contexto para así ayudarnos a entender cómo se fundó un cancionero popular cuando todo era campo. Si bien esta idea de «canto popular» se comenzó a usar a fines de los años 60 por consecuencia del disco Canto Popular de José «el Sabalero» Carbajal, esa intención por la creación del cancionero se probó en una entrevista brindada al periodista Daniel Beltrán Rohr, en 1985, y que los autores incluyen en el libro, en la que Osiris declara: «Cuando yo comencé a componer (…) con los dedos de una mano se podían contar las canciones típicas de nuestro país (…) resolví que había que hacer un cancionero uruguayo y me puse a escribir, a componer, de inmediato cuajó en el pueblo».

Por supuesto que analizan —fugazmente— y se detienen en el fenómeno de la canción protesta y el movimiento de la música folk en los Estados Unidos para aterrizar estos conceptos y aplicarlos a la lógica y la figura de Osiris. Esto aporta a la idea de que no solo podríamos asignarle el título de fundador del canto popular, sino que también es un pionero de la canción protesta en nuestra región, aunque los autores aclaran que no fue algo premeditado por el cantor. «Cielo de los tupamaros» se resignificó y cobró una funcionalidad política y social, al igual que «Camino de los quileros», aquella canción que relata una historia que logra atravesar las generaciones.

Partimos desde una introducción exquisita, prolongada y que denota una exhaustiva investigación, citando entrevistas y artículos de la época. En la que el lector no solo se encuentra repentinamente cautivado por la historia de aquel hombre que a primera escucha causa rechazo por su voz, sino que también, poco a poco, va tomando dimensión de la inmensidad que carga su figura.

Un artista que fue exiliado tardíamente. No se le permitió tocar en vivo ni difundir su obra, durante el periodo oscuro de nuestra historia reciente, y negado a abandonar el país decide sobrevivir dando clases de guitarra en su casa de Montevideo. Es allí que se dedica también a la investigación y al estudio de la guitarra, su instrumento. También crea el modelo de guitarra La Osiris. El exilio tardío terminó adueñándose de sus capacidades y terminó yéndose a Madrid, regresando en 1993 tras vivir en esa ciudad durante 14 años. Ya en territorio Oriental, recibe una pensión y pone sus esfuerzos en la investigación y en la creación de ensayos sobre historia política.

Si bien el hilo narrativo se clava en el centro del disco Poemas y Canciones Orientales (1962), los autores hacen especial ahínco en el contexto político y cultural.

A fines de los años cincuenta, varios historiadores coinciden en que el Uruguay conoce las primeras «resquebrajaduras» del imaginario batllista y especialmente el proyecto de industrialización de Luís Batlle Berres. La fundación del mito de «La Suiza de América», la concentración de la propiedad de la tierra, una producción estancada, ayudaron a que surgiera una «vasta literatura historicista y sociológica. Pero también una efervescencia política que cambiará por completo el panorama del bipartidismo tradicional».

«¿Por qué Poemas y Canciones Orientales?—se preguntan los autores—, ¿qué era eso ‘’blanco’’ de Osiris? ¿Componentes racionales? ¿Adhesiones pre ideológicas?»

«Una caña de bambú, un perro lanudo, un tarrito con lombrices y, entre los verdes juncos, las mojarras. Aun veo aquella tararira, lujosa como la vaina de un cuchillo de plata, tan parecida al sueño de un gurí pescador». 

Así empieza el capítulo «Pero él me enseñó estas coplas», citando el comienzo de «Gurí Pescador», la primera canción del Lado A del disco. A partir de ahí, análisis meticulosos, con todas las letras. Detenimiento minucioso en las letras, su legado y su interpretación de otros cantores de la región. No solo eso, los detalles compositivos de aquel que se crío en Sarandí del Yí y con éxito consiguió fundar un cancionero popular uruguayo, no se les escapan a Gamboa y Nazabay.

La pulsión bachiana de «La galponera», perteneciente al lado A del disco. Sus características que a los autores obligan a denominarla como «de las mejores milongas que existan» estrictamente en su plano instrumental.

El espectro de protagonistas y escenarios que utilizaba Osiris para la composición de sus paisajes poéticos y musicales. El río, el litoral uruguayo o argentino. Todo lo novedoso que carga el disco. Un disco que se alimenta de lo tradicional, pero lo registra, lo consume y lo reelabora produciendo así habaneras, estilos, tristes, cifras, cielitos, milongas, vidalitas, canciones litoraleñas, elementos folklóricos. Ya lo anticipa el epígrafe del libro con una frase del polifacético Pier Paolo Pasolini: «Hay que arrebatar el monopolio de la tradición a los tradicionalistas».

Contiene una adenda fotográfica con un retrato muy llamativo del autor en el que lo vemos concentrado con su bigote, a esta altura característico, ejecutando su instrumento. Con la mano posada a media altura del mástil. Las mangas arremangadas. Una fotografía que se utilizó para la portada del LP. La contratapa tiene la lista de temas y un extenso y precioso texto que, por ejemplo, dice: «Trabajé en la ciudad y en el campo. He vagado por toda mi tierra y por la Argentina y por Río Grande do Sur. No sé cuantas veces atravesé con caballo sobre la frontera norte… ni cuantas veces crucé en canoa el Delta del Paraná… Mi principal oficio ha sido presenciar la vida».

Parte parcial de su obra fue interpretada por los más grandes cantores de la región. Citarlos a todos sería imposible, pero dentro del cuadro aparecen nombres como el de Eduardo Falú, Santiago Chalar, Mercedes Sosa y hasta Serrat, aquel que supo cantarle devotamente al mediterráneo.

Cantos del norte y del sur (1964) fue su primera publicación. Precede al disco doble Canción para mi río, editado por el sello Antar. Estuvo en Washington, invitado a cantar, y al regreso participa fugazmente del programa en Canal 4 «Charlas de fogón». En El Forastero (1966), editado por RCA, destacan canciones como «El Cisne Negro», con esa pulsión galopante, su voz grave aunque no del todo madura y una necesidad poética cotidiana que plasma el latente sentimiento de una región. Al igual que en Poemas y canciones orientales, en El Forastero se desarrolla el interés por musicalizar historias que no precisamente se cantan sino que se recitan, se narran como «El cuento de Juan Corazón».

Su tercer LP se graba en los estudios ION de Buenos Aires y se titula Osiris Rodríguez Castillos. Se habla del lugar donde se morirá, las vidalitas y las coplas regando los ojos, perjudicando algún recuerdo de un amor extraviado en el fervor de los años. Pájaros de piedra sale en 1974 con una edición Argentina y otra Uruguaya y se graba en los estudios Sondor de Montevideo, en el que el Osiris guitarrista se luce como nunca antes. Osiris Rodríguez Castillos fallece en 1996 a los 73 años.

Como dice su contratapa, este es un libro necesario. Necesario por su importante aporte para la comprensión, como mencionamos anteriormente, no solo de la obra y el legado del señor malhumorado y egocéntrico, como reconoció Numa Moraes en la presentación del libro, llevada a cabo en Agadu con la presencia del músico Garo Arakelían, el mismo Numa Moraes y los autores. Una presentación que puede encontrarse en las redes de la editorial HUM / Estuario y que es una verdadera maravilla. En la que el protagonismo no se lo lleva nadie y lo comparten los autores, los cuales respondieron algunas preguntas de los músicos, hablaron por supuesto del proceso y del disco en sí mismo. Numa, por su parte, ofreció algunas versiones de las canciones de Osiris, como aquella que habla de contar las leguas entre corrales y tranqueras mientras se piensa en lo cansado se está, de tanto changar. Dicen que son once leguas. Yo tampoco las pude contar.