El origen del parque urbano en el siglo XIX.

La comodificación de lo natural

 Web Agi Architects

 “Saturday in the park,

I think it was the Fourth of July

People dancing, people laughing

A man selling ice cream

Singing Italian songs

Everybody is another

Can you dig it (yes, I can)

And I’ve been waiting such a long time

For Saturday”

La banda Chicago canta en su tema Saturday in the park sobre un día en el parque de una ciudad estadounidense. Entran en escena la gente bailando, el hombre de los helados, y más tarde, un artista que toca la guitarra, y la gente que ríe, celebra. A esta escena le podemos sumar otras muchas actividades desde nuestra memoria personal. Nosotros mismos haciendo running o estirando después del entrenamiento, el grupo que vemos haciendo yoga, un montón de criaturas escalando por una extraña estructura mientras gritan, y a unos adolescentes que se sientan alrededor de comida y bebida. El parque es ese refugio del hormigón. Es un día soleado y nos evadimos de las horas de trabajo. Pero, este espacio que tanto hemos apreciado en los últimos meses, ¿ha formado siempre parte de la ciudad?

En realidad, el parque urbano es algo bastante reciente. Fue el siglo XIX el que le dio un papel en la historia de lo urbano. Y es que la presión demográfica, el hacinamiento y contaminación de las ciudades van unidos a este nuevo equipamiento urbano. Con él, la idea de paisaje diseñado que era común a los jardines de las villas de la clase alta, se desplazó como bien de uso público a la ciudad. Los primeros parques se abrieron en Gran Bretaña, región pionera de la revolución industrial. En este país, el jardín inglés representaba desde mediados del siglo XVIII un tipo de espacio en el que la naturaleza era copiada como si fuera un objeto pictórico, como un «decorado» reconstituido, en definitiva, como una naturaleza ya no salvaje sino comodificada. Por otro lado, el pensamiento occidental veía la naturaleza como un elemento distinto del espacio social. Así, el parque supuso la creación de una nueva forma mediada de encuentro de lo social con lo “natural”.

Para las corrientes higienistas que surgieron en el siglo XIX, los parques tenían un sentido no sólo estético, sino sobre todo funcional. El nacimiento de este equipamiento urbano correspondía a objetivos de salud e higiene en las nuevas grandes ciudades. Igual que hicieron las nuevas amplias avenidas y trazados urbanos del siglo, como pudo ser el Plan Cerdá –que ya tratamos en este otro artículo– o la remodelación de París que emprendió Haussmann. El parque urbano del siglo XIX es un lugar de reconciliación de la sociedad con lo que está más allá de la ciudad. Es también un espacio para el esparcimiento del cuerpo tras el trabajo industrial. Con su implantación se hacen comunes una serie de formas normativas de usar el espacio urbano.

Los parques estaban equipados para poder hacer actividades que favorecieran una buena salud física y moral, desde el paseo o el descanso hasta la práctica de deporte. También eran espacios para ver y ser visto, sobre todo por parte de miembros de la clase media burguesa. Para ello, se diseñaron los paseos, las zonas de descanso, los bancos y cenadores pensados para el encuentro romántico pero decoroso de parejas heterosexuales.

Hacia 1850, en Londres, los parques de Saint James Park, Green Park, Hyde Park y Kensington Gardens, formaban una cadena verde de cuatro kilómetros en el centro de la ciudad. A estos se sumaban Regent’s Park, Victoria y Battersea Park, situados en otras zonas. Si bien Regent’s Park, diseñado por John Nash en 1812, es el ejemplo más característico de parque decimonónico en la capital del imperio británico, Hyde Park es el parque londinense por antonomasia.

Hyde Park que, era en origen un coto de caza real, abrió al público en el siglo XVII. El primer diseño paisajista coherente del parque empezó en 1726. Entonces, el lago Serpentine fue formado embalsando el río Westbourne. El paisaje que resultó fue el de un idílico y domesticado fragmento campestre inserto en la gran ciudad de Londres. Hacia el siglo XIX, Hyde Park reunía ya muchas de las infraestructuras típicas de la nueva metrópolis moderna. Carismático sería, sin duda, el Crystal Palace —del que ya os hablamos en este artículo— construido en 1851 para albergar la Gran Exposición. Este evento se considera fundamental para el inicio del diseño industrial. Otro equipamiento típico del modo de vida y de ciudadanía moderno sería el Lido, abierto en 1930. El Lido proporcionó instalaciones para bañarse y tomar el sol en el parque, solicitadas por el grupo naturista Sunlight League. 

En Francia, fue el emperador Napoleón III durante los años del Segundo Imperio quien, tras conocer los parques en Londres, promovió la apertura de nuevos parques públicos enmarcados en el plan Haussmann. Hacia 1850 París disponía sólo de los Campos Elíseos, las Tullerías, los Jardines del Palacio Real y de Luxemburgo así como el Jardín des Plantes. Con el plan de Haussman a estos se sumaron el Bois de Boulogne al oeste de la ciudad, el Bois de Vincennes al este y tres parques más pequeños: Mongeau, Buttes Chaumont y Monlsouris. Las obras de estos equipamientos urbanos fueron coordinados por Jean Charles Aclolphe Alphand.

Los paisajistas franceses pensaron los parques como composiciones estéti­cas. En el caso de Bois de Boulogne, un antiguo coto de caza, estos planteamientos supusieron un rediseño informal que abrió espacios de césped, plantó hayas, cedros, castaños, olmos y plantas exóticas como secuoyas. De inspiración inglesa, se diseñaron caminos sinuosos y grupos de rocalla. Se crearon dos lagos, uno menor y otro mayor con islas, conectados por una cascada. Su excavación permitió elevar la altura de una colina existente. Desde ella, se crearon vistas panorámicas sobre los alrededores más pinto­rescos. Este paisaje reunía los elementos más dramáticos del paisaje campestre.

En España, el jardín árabe dividido en recintos, íntimo y secreto, influyó en el paisajista Claude Nicolás Forestier, que diseñó numerosos equipamientos verdes en España. Entre ellos estuvieron el Parque de María Luisa en Sevilla y el parque de Montjuic en Barcelona, ya a principios del siglo XX. El parque de Montjuic nos sirve de ejemplo para explorar un particular acercamiento formal que no bebe tanto de la tradición inglesa como de la hispanoárabe.

En la montaña barcelonesa de Montjuic, Forestier diseñó los jardines de Laribal, del Grec y del Umbráculo, de nuevo vinculados a un evento típicamente moderno. Esto es así pues sus obras se iniciaron con motivo de la Exposición Internacional de Barcelona de 1929. En los jardines de Laribal, situados en la ladera de la montaña de Montjuic, se realizó una organización de tipo geométrico. El jardín incorporó elementos típicamente musulmanes. Fueron muy característicos los caminos de agua realizados en los pasamanos de la escalera que atraviesa el recinto, inspirados en el Generalife de Granada, del que os hablamos hace unos meses. Así, en los jardines de Laribal, fuentes, bancos y adornos de azulejo, juegos de agua y macetas de flores en alféizares y barandillas, recuerdan a los cármenes granadinos. Las escaleras, llamadas, de hecho, “del Generalife”, tienen estanques con fuentes en los rellanos y cascadas en los pasamanos. 

En Estados Unidos, los cementerios tenían ya un fuerte componente social como espacio de encuentro. Sin embargo, fue también el siglo XIX el que dio paso al parque urbano norteamericano propiamente dicho. Hacia 1850, la enorme retícula en la que se había organizado la isla de Manhattan, en Nueva York, amenazaba por colmatarse. La urgencia de salvar un fragmento urbano para el esparcimiento, dio lugar a la reserva de un gran área en el centro de la isla para la creación de un parque urbano. En 1858 Frederick Law Olmsted junto a su socio Calvert Baux ganó el concurso para el diseño del parque de la ciudad de Nueva York, el parque más retratado de la historia del cine, Central Park.

Definido en sus límites por la retícula de calles que caracteriza Manhattan, Central Park posee forma rectan­gular y sus orillas son los altos rascacielos típicamente neoyorkinos. El paisajismo propuesto por Olmsted fabrica un trozo de paisaje campestre condensado dentro de la trama urbana y atravesado por un pa­seo central. Las vías internas son sinuosas y están diferenciadas entre las destinadas a los automóviles y las de los peatones. Lagos y colinas artificiales participan de la creación de un paisaje variado y pintoresco totalmente artificial. Central Park es un sintético de lo “natural” que hace soportable la vida moderna en la gran ciudad.

En la primera mitad del siglo XIX, el gobernador de Buenos Aires, Juan Manuel de Rosas, compró numerosos terrenos en la zona de Palermo de la ciudad. Construyó allí una villa rodeada de unos terrenos en los que se mezclaban especies autóctonas y ejemplares europeos. Con la expulsión de Rosas del poder, las propiedades pasaron a manos del Estado y en 1874 el presidente Sarmiento ordenó la transformación del lugar en un parque público, el 3 de Febrero, de cuyo diseño fue en gran medida autor Charles Thays, parisino que en 1889 había llegado a Argenti­na.

Entre los espacios del parque destacan los bosques artificiales creados a partir de las semillas que Sarmiento recibió de Euro­pa, pero que se funden con la masa arbórea que predominaba en el paisaje al momento de realizarse la funda­ción de la ciudad. Así, el bosque se asimiló como espa­cio recreativo urbano. La voluntad de importar las ideas europeas acerca de este tipo de equipamiento urbano se hizo explícita en las declaraciones del presidente en el momento de la inauguración del parque: “en sus bosques artísticamente formados, para dar sombra y luz al paisaje, cuanto las artes, el buen gusto y el sentimiento de lo bello que ofrecen los parques de Santiago de Chile, de Nueva York, de París y de Londres, como un encanto a la imaginación o un llamamiento a los sentimientos más elevados del hombre”.

Para concluir, el parque urbano actual es heredero en sus premisas del siglo XIX. Se configura como un espacio verde que domestica los elementos no urbanos propios de lo rural, y los condensa agradablemente dentro de los límites de la ciudad. Influenciado fuertemente por las ideas pintoresquistas propias del jardín inglés, evolucionando luego dentro de otros marcos estéticos, mantiene a lo largo de su historia su voluntad principal, la de las corrientes higienistas modernas. El parque favorece el desarrollo de actividades de descanso y desahogo mental. Así como permite el cuidado físico del cuerpo, en el marco del agresivo espacio urbano. Además, el parque facilita el encuentro al aire libre de las personas dentro de los marcos de urbanidad y civilidad que las ciudades modernas predefinen.

El parque, como lugar de encuentro social, sin duda ha sido también un espacio para la imaginación y reinterpretación de sus usos por parte de la ciudadanía. Entre sus límites se han replanteado las normas de la vida en común, en maneras que, aunque escapan a este artículo, han resultado claves para la vida en la ciudad contemporánea.