Que tóxico es el sexting

La newsletter de Silvana Tanzi

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6 de setiembre 2024

El lenguaje cambia al ritmo de los hablantes, que van dejando palabras y expresiones en el olvido, mientras adoptan las recién nacidas. Algunas tienen la fugacidad de una moda, otras se establecen y son candidatas a integrar el diccionario. A finales de 2023, el Diccionario de la Lengua Española (DLE) incorporó más de 4.000 nuevos términos empleados por hablantes hispanoamericanos. También agregó nuevas acepciones a palabras que ya existían, incluyó sinónimos y antónimos, hizo enmiendas y supresiones.

¿Cómo se dan los cambios en el lenguaje? ¿Cuánto inciden las redes sociales, los extranjerismos o las modas? ¿Será cierto que cada vez usamos menos vocabulario y hablamos peor?

Mi nombre es Silvana Tanzi y esta es una nueva entrega de Algo que quiero contarte, una newsletter de temas culturales. Si querés escribirme con alguna sugerencia o comentario, podés hacerlo a stanzicultura@busqueda.com.uy

Cuando comencé con esta aventura de la newsletter, una compañera me envió este mensaje: “¿Te acordaste del copy?”. Mi disco duro interno empezó a girar y girar y no me daba cuenta de qué tenía que hacer. ¿Una copia?, ¿para qué? Con la dignidad golpeada, le mandé un sincero mensaje. “No sé qué es. Hablame en criollo”. Me devolvió una carcajada y me dijo que el famoso copy es un texto breve que se escribe para difundir una nota en las redes sociales.

Enseguida pensé en el poder de síntesis de las palabras en inglés. En una sola, estaba toda la explicación. Recordé también aquella frase preciosa de Cien años de soledad sobre los orígenes de Macondo: “El mundo era tan reciente, que muchas cosas carecían de nombre, y para mencionarlas había que señalarlas con el dedo”. Yo había estado señalando con el dedo ese texto breve que veía a menudo en las redes. Ahora puedo nombrarlo.

Después fui a buscar si copy estaba entre las nuevas incorporaciones del DLE. No lo está, como tampoco newsletter, pero quizás aparezcan en algún momento. Es que los hablantes vamos en un tren veloz que bautiza lo que surge a su paso, mientras el diccionario marcha con ritmo cansino en un Ford T y los nuevos términos demoran una media de dos años en ingresar, según explicó en la presentación de las actualizaciones el director de la Real Academia Española (RAE), Santiago Muñoz Machado. Esto implica que las palabras o expresiones ya están asentadas en la comunidad de uno o varios países de habla hispana y que se han estudiado por lexicógrafos y discutido entre las academias.

Porque si bien el DLE lo elabora y edita la RAE, la Asociación de Academias de la Lengua Española (Asale) colabora con sus propuestas e investigaciones. Y todo parece armonioso, aunque a veces las discrepancias se hacen públicas, como sucedió con el enfrentamiento en marzo de 2023 por un tilde (o una tilde) en la palabra solo.

Lo cierto es que a veces el inglés se usa innecesariamente, tengo que decirlo. Por ejemplo, recibí en estos días una invitación a un recruiting day, que es un evento (acá en Montevideo) para hacer match con un posible empleo. Así se presenta, y parece interesante y les deseo lo mejor a sus organizadores, pero un poco me fastidia cuando tenemos palabras precisas en español, por ejemplo para describir ese evento, y se sustituyen por el inglés. En las tiendas, desde hace años el cambio de estación llega con las palabras sale y off, porque las viejas rebajas y ofertas quedaron obsoletas. Al parecer, en inglés suena todo más cool.

Sin embargo, hay realidades, generalmente de la tecnología, de la informática o de la ciencia, que nacieron en inglés con un nombre, y sería engorroso encontrar una traducción simple para designarlas en español. Algunas de esas palabras se fueron al DLE en inglés, por eso se escriben en letra cursiva, como cookie, banner, pixelar, big data.

Si hacés la prueba de buscar un sinónimo en español para esos términos, te dará trabajo y tendrás que explicarlo con muchas palabras. Me pasó con aquaplaning, que la verdad no sabía que existía. Me sonaba a alguien que organiza fiestas en el agua, pero no, no tiene nada de divertido. Este es el significado en el DLE: “Deslizamiento incontrolado de un automóvil sobre una delgada capa de agua, la cual impide el adecuado contacto de los neumáticos con la calzada”. Si estás con poco tiempo, decile aquaplaning.

También se incorporó en inglés la palabra sexting. No es una nueva realidad porque las cartas de contenido sexual o erótico siempre existieron, pero ahora el celular aceleró los ritmos del intercambio y le agregó imágenes y sonidos. Eso es el sexting. Un intercambio riesgoso (lo sabe bien un vecino expresidente) que a veces puede ser tóxico. Y ahí hay una palabra que amplió su significado en el diccionario, porque no solo las sustancias pueden ser tóxicas, también las personas y su comportamiento: “Que tiene una influencia nociva o perniciosa sobre alguien. Un novio tóxico. Una relación tóxica”, es la definición agregada con su ejemplo.

En cuanto al contagio de palabras en otros idiomas, Coll dice que siempre han existido y han tenido influencia en el español. Pero ella lo explica más lindo y más claro:

“Los extranjerismos, y a veces las modas que transmiten, siempre han cambiado la lengua. Si tenemos en cuenta solo los últimos 100 o 200 años, vemos que las voces de origen francés (para la gastronomía, la vestimenta, la cosmética, etcétera), de origen italiano (para la música clásica, por ejemplo) y del inglés (para los deportes, la informática, el comercio y muchos etcétera) permean en el español con mayor o menor resistencia de sus hablantes. Quizás las redes sociales estén acelerando esta permeabilidad, para las voces de origen inglés principalmente. O quizás ese aceleramiento quede en el mundo de las redes y no se instale en el habla de la calle. No lo sé”.

Del francés vienen cantidad de palabras que usamos a diario sin recordar su origen, por ejemplo, parche, cisne, flan, jardín, peluche, sofá, timbre. Y con raíces en el árabe tenemos fulano, aceite, jarra, tabaco, algodón, almohada, jarabe.

¿Y los uruguayismos?

Coll me explicó que el DLE incorpora palabras todos los años y divulga esos cambios, por lo general, en diciembre. “Estos cambios incluyen también revisiones de lemas ya existentes e incluso supresiones. Son enviados, previamente, a todas las academias de la lengua para su consideración. Los envíos se arman en Madrid y se basan en diferentes criterios según sea una adición, un supresión o una enmienda”.

En cuanto a la incorporación de uruguayismos, la ANL, en este momento, no está abocada a enviar nuevas palabras al DLE. “Nuestro foco de interés es concluir la revisión del DEU y publicarlo en formato digital. De todas maneras, cuando esté terminado no será nuestra intención mandar todas esas palabras al DLE. Para mí, el DLE no tiene que ser la suma de todos los diccionarios contrastivos de los países hispanoamericanos, si realmente queremos pensar un diccionario general de la lengua”.

En 2002, el DLE incluyó un montón de uruguayismos que figuraban en el libro Mil palabras del español del Uruguay, publicado en 1998 por la ANL y reeditado en 2003 por Banda Oriental. Botija, gurí, finoli, buseca, garronero o morfar, son una muestra de nuestra habla, de nuestra marca registrada. “Mi patria es la lengua portuguesa”, decía el poeta Fernando Pessoa. En los uruguayismos, está nuestra patria.

“Desde hace unos años venimos revisando las palabras que tienen marca ‘Uruguay’ en el DLE. Esto nos ha permitido aclarar algunas de estas voces, mejorar sus definiciones o pedir que se saque la marca, si fuera el caso. Asimismo, revisamos las palabras que tienen la marca ‘Argentina’ por considerar que muchas de esas palabras también deberían llevar la marca ‘Uruguay’”, explicó Coll.

¡Pero qué machirulo!

Ahora vuelvo a las nuevas incorporaciones del diccionario que son variopintas. Hay verbos como oscarizar o cuarentenar; hay siglas como VAR (acrónimo de videoarbitraje); hay expresiones del medio ambiente, como huella ecológica; otras que apuntan a las identidades de género, como no binario, y otras más festivas, como el erótico perreo.

Durante la pandemia, la masa madre tuvo un gran protagonismo. Recuerdo las fotos de panes y de repostería en las redes sociales. Todos engordamos en pandemia. Pues bien, ahora, si se busca en el diccionario la palabra masa, se encontrará, entre varias acepciones, que masa madre también tiene su lugar.

Y por supuesto que también se incorporó la popular machirulo, con su femenino, claro está. “En la reunión había varios machirulos”, dice el ejemplo que acompaña la definición. No sé por qué me los imaginé en una ronda, así como a las machirulas me las imagino de ruleros.

 

¿Estamos hablando peor?

Hay una idea bastante generalizada sobre la pérdida de vocabulario, sobre lo mal que hablan los jóvenes con respecto a como lo hacían sus padres o abuelos. Según esta concepción, hubo un “antes” en el que las personas usaban un lenguaje claro y variado, sin importar su edad o formación, ¿Existió esa época o está teñida de la nostalgia del pasado cuando se hablaba con otras palabras?

Se lo pregunté a Coll y esta fue su respuesta:

“No hay ningún argumento científico para decir que hablamos peor que antes o que tenemos menos vocabulario. Ese tipo de afirmación se basa, por lo general, en un imaginario de que las lenguas no cambian, de que hubo un pasado mejor y de que los jóvenes no saben hablar. Estos imaginarios, teñidos muchas veces de prejuicios, desconocen la naturaleza de la lengua. Si se lleva a un extremo, el español, el francés, el italiano tendrían que verse como una deformación o una corrupción del latín y deberíamos intentar volver a hablar todos latín. Es más, si realmente se usaran menos palabras, tendríamos que pensar que en el futuro dejaríamos de poder comunicarnos”.

Estoy de acuerdo con esta explicación, que me hizo vincularla con una frase del lingüista estadounidense Noam Chomsky. Acá la cito para que la pienses: «El lenguaje de hoy no es peor que el de ayer. Es más práctico. Como el mundo en que vivimos».

Todo esto del buen o mal uso del habla me llevó hacia las malas palabras. Recuerdo aquella maravillosa intervención de Roberto Fontanarrosa (Rosario, 1944-2007) en el Congreso de la Lengua de 2004: “Me pregunto por qué son malas las malas palabras, quién las define como tal (…) ¿Son malas porque son de mala calidad? ¿O sea que cuando uno las pronuncia se deterioran? ¿O, cuando uno las utiliza, tienen actitudes reñidas con la moral?”.

¿Tenés alguna palabra que te guste especialmente? Yo tengo varias, pero ahora elijo tardecita, que me lleva a ese momento difuso en el que se acababan la merienda y los dibujos animados, era la hora de los deberes y había olor a querosén por la estufa recién encendida.

“Las palabras arraigan en la inteligencia y crecen con ella, pero traen antes la semilla de una herencia cultural que trasciende al individuo. Viven, pues, también en los sentimientos, forman parte del alma y duermen en la memoria. Y a veces despiertan, y se muestran entonces con más vigor, porque surgen con la fuerza de los recuerdos descansados”. Esta cita es del libro La seducción de las palabras, de Álex Grijelmo, un investigador apasionado del español. Todo lo que allí dice, de forma tan bella, me pasa con tardecita.

Las palabras atraen y seducen, engañan y manipulan, pero sobre todo, comunican y cambian el lenguaje. Los hablantes las usamos, las modificamos y las olvidamos sin que dependa de lo que establezcan academias, organizaciones o movimientos. El habla: un arma poderosa que pertenece a la gente.

Antes de dejarte para ir a escribir el copy, te hago dos recomendaciones: la gran entrevista que Javier Alfonso le hizo a Jaime Roos y la columna de Silvia Soler sobre el fichero de la Biblioteca Nacional.