Cerro Timbó (Uruguay): la montaña mágica
El Ojo del Arte
Por Ignacio Marchini
En las sierras que nacen a espaldas de Punta del Este se encuentra este espacio de land art con esculturas de reconocidos artistas como Theo Jansen, Susumu Shingu y Leandro Erlich, entre varios otros.
Cuando Carlos Abboud compró el terreno donde edificaría su casa, el lugar todavía no tenía nombre. Multitud de ideas transcurrían por su cabeza, mientras las obras avanzaban y los días se sucedían. El empresario argentino, que había adquirido ese bucólico terreno en las sierras del sur uruguayo, hurgó entre diferentes fuentes de inspiración para poder dar con una denominación que hiciera justicia a la esencia del lugar.
Castillos fantásticos de antiguas novelas de caballería, nombres provenientes de la península arábiga (su papá era sirio y su mamá libanesa) e incluso Xanadú, como se llama la exorbitante casa del protagonista de la película El ciudadano Kane (inspirada en el delirio megalómano de William Hearst), fueron algunas de las opciones que barajó Abboud para nominar el proyecto que se encontraba en desarrollo. La palabra “cerro” ya corría por las conversaciones de los trabajadores de la obra y un viaje a Villa Soriano, donde vió un enorme timbó de más de 200 años de antigüedad (un árbol de las regiones tropicales y subtropicales de América del Sur), terminaron de darle forma a la idea.
Cerro Timbó fue el nombre elegido. Para hacerle honor a su bautismo, Abboud llamó a una paisajista para que plantara más de una docena de árboles de esa familia. Ya para 2006, la casa estaba terminada. Una edificación de hormigón, vidrio y piedra, rodeada de un paisaje de vegetación baja y roca, se convirtió en el hogar del empresario. Con la Laguna del Sauce de fondo, las construcciones se sucedieron. Una casa de huéspedes y una pileta fueron los siguientes pasos. Cuando la obra ya hubo concluido, el hombre de negocios comenzó a cranear la que sería la parte más compleja del proyecto.
Abboud había vivido durante muchos años en París, donde había trabado amistad con artistas plásticos, pintores, fotógrafos y escultores. A sus amigos de toda la vida les planteó el siguiente desafío: crear cada uno una obra que se integrara con naturalidad en las más de treinta hectáreas del Cerro Timbó. Teniendo como norte los preceptos del land art, catorce de sus seres queridos emprendieron la tarea. El primer paso fue seleccionar ellos mismos el lugar donde emplazarían sus creaciones, con la única excepción de Antonio López García, que no visitó el terreno antes de idear su pieza.
En 2013, el Parque de Esculturas fue inaugurado. Materiales diversos como hierro, vidrio, resina, madera, cemento y piedra habían dado vida a más de una docena de obras de reconocidos artistas internacionales. La consigna era que la pieza artística no debía competir con la naturaleza, tenía que verse, pero no demasiado y era necesario que se ajustara al lugar elegido.
De esta manera, vieron la luz trabajos como Pájaro, de Luna Paiva, una foto sobre acrílico y hierro con la forma del animal; Elefante, de Virginie Isbell, un monotipo (impresión única) sobre vidrio de la enorme bestia entre matorrales; Libros, de Edgardo Minond, una serie de placas del color del hierro oxidado que se amontonan entre las rocas como en un estante desordenado; Las cuatro caras de la mujer, de Pat Andrea, una pintura original sobre azulejo en la que los rostros femeninos se superponen en intrincados juegos tridimensionales; o la Torre de Babel, de Mario Gurfein, la primera de todas las esculturas en llegar al cerro, una representación en acero inoxidable y hierro de la edificación bíblica que simboliza el castigo divino a la soberbia humana.
Con el paso del tiempo, Abboud fue convocando a otros artistas como Antonio Seguí, Pascale Fournier, Juan Andrés Videla, Fernando X González, Luis Felipe Noé, Alfredo Prior, Eduardo Stupía, Alberto Bali, Fernando Maza, Denis Monfleur y Leandro Erlich, que expandieron el acervo de obras del Cerro Timbó. El japonés Susumu Shingu y el holandés Theo Jansen, reconocidos escultores cinéticos, aportaron también sus propias creaciones. El primero colaboró al Parque con una serie de móviles que se desplazan impulsados por el viento, mientras que el segundo dio a la vida a extraños animales que se mueven por una playa artificial mandada a hacer por el empresario argentino.
Los árboles del cerro son aún jóvenes y su edad está muy lejos del timbó de más de 200 años que llegó a ser testigo de las hazañas de Artigas y que inspiró el nombre del lugar. Ellos lo sobrevivirán a Abboud y a todos los artistas que pusieron su grano de arena para dar vida al Parque de las Esculturas y a la fisonomía del Cerro Timbó. Como en Babilonia, una fuerza más allá de su comprensión, la de la naturaleza, volverá a demostrarle a la humanidad lo efímero de su existencia.