Tintoretto, el genial y extravagante pintor que llenó de oscuridad al Renacimiento

 Se cumplen 430 años de la muerte del artista veneciano, quien con su estilo dio inicio al barroco. Un repaso por su vida y obras permiten apreciar aquello que Virginia Woolf llamó un “inteligente poder”.

 Por Juan Batalla

Infobae. 30 May, 2024

 “Hasta que no se ha visto a Tintoretto, no se sabe lo que la pintura es capaz de hacer (…) La realidad de su pintura va más allá de las palabras: es difícil decir qué es más impresionante, si el horror del hecho representado o el inteligente poder del artista”, escribió Virginia Woolf luego de encontrarse con la obra del apasionado pintor italiano y que fue tanto un gran representante -si no el mejor- de la escuela veneciana, como también maestro renacentista, manierista y abrió las puertas hacia el barroco.

 Se cumplen 430 años de la muerte de este pintor incansable, cuyo legado está compuesto por más de 300 obras, muchas en iglesias, otras en grandes lienzos, que van de retratos a temas santos -la enorme mayoría- como también algunas piezas mitológicas, por lo que en cuanto a los temas no fue un innovador per se.

 Nacido como Jacopo Robusti (Venecia, 1518) debe su nombre artístico al oficio de su padre, un tintorero de seda, su vida fue ficcionalizada por dos de los primeros grandes biógrafos del arte, Carlo Ridolfi y Giorgio Vasari, quien lo consideró como el “cerebro más extraordinario que jamás haya tenido la pintura”. Lo que no es poco.

 “El pequeño tintorero” comenzó a utilizar los tintes para colorear los dibujos en carbón que realizaba en las paredes del negocio familiar, escribe Ridolfi en Vita di Jacopo Robusti. Allí, asegura que Tintoretto -a quien nunca conoció y acudió a los relatos de su hijo Domenico para armar el relato- fue beneficiado por los contactos de su padre, de vida acomodada por la importancia de un oficio de lujo, que le permitió tener entrar como aprendiz al taller del gran Tiziano, aunque aquella relación no se mantuvo por mucho tiempo, ya que el maestro necesitó ver unos pocos bosquejos para entender que el alumno lo superaría y enseñarle a un potencial rival no estaba entre sus planes.

 No se sabe con certeza si tuvo algún otro maestro, se especula que mantuvo relaciones de intercambio con los colegas toscanos y boloñeses que habían emigrado a la rica Venecia tras el saqueo de Roma en 1527 por parte de las tropas imperiales de Carlos I de España y V del Sacro Imperio Romano Germánico. También que, junto a Andrea Schiavone, iba al gremio de albañiles para conocer qué casa se estaba por construir y así ofrecer sus servicios, a veces sin paga y cambio de materiales, para hacerse un nombre y a su vez mostraba y vendía obras al aire libre en la concurrida calle la Mercería.

 Ya para los 20 tenía su propio taller y en el ingreso a éste un cartel anunciaba a los potenciales clientes: “El dibujo de Miguel Ángel y el colorido de Tiziano”. Y es que Tintoretto abandonó el colorido armónico, suavizante, de los grandes exponentes de la tradición veneciana, Tiziano Veronés, y para generar mayor dramatismo en sus obras enfatizó en el uso del claroscuro (mucho más oscuros que claros) en las que además sumó las posturas imposibles de los cuerpos de Miguel Ángel. Todo para crear un estilo con elementos ya reconocibles, pero a la vez novedoso.

 Tuvo una personalidad a la que caracterizaron de extravagante, irritable y poco afecto a las sonrisas, de respuestas cortantes y que también era descuidado con el dinero y que su mujer, que le dio 8 hijos, se encargaba de todos los detalles fuera del taller, lugar donde no deseaba ser molestado (ni observado) por nadie, salvo por su primogénita Marietta, la ilegítima, la Tintoretta, quien fue su preferida y principal aprendiz, llegando a tener una carrera propia muy prometedora que se cortó por su abrupta muerte a los 36 años.

 Tintoretto fue tomando diferentes rumbos a lo largo de su carrera. Primero, bajo la inevitable sombra de Tiziano, con piezas más estáticas de colores vivos, aunque ya en las muchísimas piezas que realizó antes de su consagración se observa esa mutación hacia un mundo más oscuro, fantástico y caótico. A partir de 1540 su pincelada se vuelve manierista, con composiciones laberínticas de líneas serpentinata para generar sensación de movimiento y exagerarlos; con el uso de la anamorfosis -la deformación óptica para causar un efecto de perspectiva de Piero della Francesca; del escorzo, para dar la sensación de profundidad y, entre otras características, la alteración del orden en lo arquitectónico, todos elementos que son el preludio de lo que luego sería el barroco.

 Cuando Tintoretto realizó la magnífica “San Marcos liberando al esclavo” tenía ya en su haber toda una serie de trabajos que le habían dado cierto reconocimiento. Muchas de la sagrada familia, como también encargos de techos, murales y fachadas en capillas y casas de gente de alta alcurnia, pero sin dudas fue aquí cuando su nombre comenzó a ser recomendado en los grandes círculos.

 En aquellos tiempos de genialidad en la ciudad de los canales lo mejor que podía pasarle a un artista era ser nombrado miembro oficial de alguna de las 5 grandes escuelas, desde donde se patronizaba a los jóvenes talentos. Ingresar a alguna de ellas no solo otorgaba el mayor prestigio posible, sino que daba ciertas ventajas en el cotidiano, como techo, asistencia médica en caso de enfermedad e incluso dotes para las hijas.

 Tintoretto, porque una era poco para su capacidad de producción y enorme talento, fue aceptado en dos: la Scuola Grande di San Rocco y la de San Marco. Dicen que en la primera volvió a encontrarse con el gran Tiziano, que vio como aquella premonición se le volvía en contra y el alumno rechazado terminaba tomando su lugar de privilegio. Más allá de eso, los tiempos estaban cambiando, como siempre sucede en el arte, y lo que ayer era maravilloso deja de serlo cuando algo innovador ocupa su lugar: el incipiente barroquismo.

 Realizada en 1548 esta enorme obra (416 cm de alto y 544 cm de ancho), fue el primero de una serie de encargos de la Escuela Grande de San Marcos, que buscaban retratar la vida de Marcos el Evangelista, patrono de la ciudad. Aquí ya se observan los escorzos miguelangelescos, los cuerpos contorsionados, los movimientos violentos, construyendo un escena vívida, potente, y en la que sobreviven los colores de la escuela veneciana.

 El cuadro representa un episodio tomado de La leyenda dorada, libro del sacerdote dominico Santiago de la Vorágine: se observa el momento exacto en que el santo desciende volando para salvar de la tortura a un siervo -iba a perder las piernas y la vista- de un caballero de Provenza (sentado a la derecha, de rojo), porque había ido contra la voluntad de su amo y había venerado las reliquias del santo.

 La obra tuvo muchísimos detractores, que la consideraban “ostentosa”, como documentó Ridolfi, y el autor, irritado ante “los reproches de los cófrades” la descolgó y se la llevó a su casa. Recién volvió a su lugar asignado, en la sala capitular de la Scuola, cuando sus acérrimos críticos, “pensando cuánto se perdía con la privación de aquella pintura aclamada por la universal admiración”, pidieron que la regresara.

 Esta obra cambió incluso la opinión que tenía Pietro Aretino, uno de los intelectuales y críticos de arte más importantes del Renacimiento, defensor a ultranza de Tiziano, que hasta “San Marcos liberando al esclavo” lo destrozaba con sus opiniones. Cuenta la anécdota que cuando el pintor realizó un retrato del crítico utilizó una pistola como sistema de medición, para que no queden dudas sobre su sentido del humor y opinión. Jean-Auguste-Dominique Ingres realizó dos cuadros sobre este momento, en que se puede ver a Aretino con los brazos abiertos, en la pose del mártir San Francisco recibiendo los estigmas.

 En 1797, tras la invasión de Napoleón, las fuerzas francesas saquearon la ciudad, asaltaron el histórico Tesoro de San Marcos y se llevaron a París una multitud de cuadros, tanto de colecciones públicas como privadas, entre ellos “San Marcos liberando al esclavo”.

 

Sólo en Italia, el ejército imperial robó unas 600 pinturas y esculturas, como el Laocoonte, al Vaticano, y “Las bodas de Caná” de Veronese, que junto a muchas más piezas hoy son expuestas en el Museo del Louvre. El Tintoretto, como las piezas que sí regresaron tras la caída del emperador en la batalla de Waterloo, se encuentra expuesto en la Galería de la Academia de Venecia.

 Entre 1564 a 1588, realizó la decoración de la Scuola Grande y la iglesia de San Roque, donde produjo una veintena de obras destacadas como “La curación del paralítico” (1559) y varias escenas de la vida del santo, que llevaron varias décadas.

 Cuando fue convocado, junto a otros pintores -entre ellos Paolo Veronese-, para presentar proyectos para la pieza central de una sala aprovechó un tecnicismo para que su obra fuera elegida por sobre todas las demás. Astuto, el pintor regaló una pintura finalizada, en vez de llevar un esbozo como había hecho el resto y así, como el reglamento marcaba que no se podía rechazar ningún regalo gratuito, su óvalo obtuvo sin competir el lugar tan deseado y el resto de los competidores, ofendidos, se retiraron del concurso.

 En 1575 un brote de peste, causado por los parásitos de las ratas, emergió con violencia inusitada y luego de dos años un tercio de la población veneciana había muerto. El artista, hombre religioso, como muchos o casi todos se aferró a la fe, incluso desde el senado se mandó a construir una iglesia votiva en la isla de la Giudecca para pedir auxilio y como a los dos meses los casos descendieron se instauró el famoso festival del Redentore, que aún se mantiene con un espectáculo de fuegos artificiales en julio. Ciudad portuaria, Venecia tiene el triste honor de haber creado el sistema de cuarentena en aquellos tiempos, para evitar la propagación de enfermedades que llegaban de distintas partes del mundo.

 El pequeño tintorero se encomienda a San Roque, patrono de la ciudad y de los apestados, prometiendo una obra gratis para la Escuela, cosa que cumplió. Nunca se sabrá cuáles fueron las palabras que sus labios susurraron en aquellos rezos y promesas, pero su familia salió indemne, no así Tiziano, que con 90 años falleció por la peste negra (al igual que Giorgione, aunque este tenía solo 30 años), pero el maestro tuvo el privilegio de no ser enterrado en una fosa común, tras un pedido especial del senado.

 En aquella época realizó el óleo sobre lienzo de “La Crucifixión” (5,18 metros de alto y alcanza los 12,24 de ancho) a cambio de 250 ducados, que se convirtió en una pieza famosa de su tiempo y de la que se realizaron muchísimos grabados.

 

El crítico de arte victoriano John Ruskin, descubridor de J.M.W. Turner y los prerrafaelitas, la consideró “superior a todo comentario y a toda alabanza” y el filósofo francés Jean-Paul Sartre reflexionó sobre la obra: “Este desgarramiento amarillo del cielo encima del Gólgota no ha sido elegido por Tintoretto para expresar la angustia, ni tampoco para provocarla; es al mismo tiempo angustia y cielo amarillo. No es cielo de angustia ni cielo angustiado; es una angustia hecha cosa, una angustia que se ha convertido en desgarramiento amarillo del cielo y que, por ello está sumergida y empastada por las cualidades propias de las cosas”.

 Luego, realizó importantes obras para el famoso Palacio Ducal de Venecia, sede del gobierno, pero muchas desaparecieron con el gran incendio de 1577, otras por abandono y algunas tuvieron pésimas restauraciones, aunque sobrevive su versión de “Gloria del Paraíso” (del que hay una versión en lienzo en el Museo del Prado). Escribió Ridolfi que una pintura sobre el Juicio Universal era tan impresionante que “causaba terror solo con verla”.

 “La Última Cena”, realizada entre 1592-1594, es considerada la última gran obra del pintor italiano. Fue un encargo de la Basílica de San Giorgio Maggiore, en una pequeña isla de Venecia, para donde además realizó “Recogida del maná” (1594) y “El descendimiento” (1592-94).

 Tintoretto habitó los tiempos del Alto Renacimiento, fue uno de los últimos referentes de aquellos tiempos de oro de la pintura italiana. Murió el 31 de mayo de 1594, tras dos semanas de ensoñaciones febriles, a los 75 años, y en su testamento, hombre de fe inquebrantable como fue, pidió que dejen reposar su cuerpo por 40 horas en el suelo porque, creía, podía resucitar.

 “El Tintoretto murió el domingo y por orden de su testamento lo hemos tenido 40 horas en el suelo, pero no ha resucitado”, escribió un cliente, pero su legado pervivió en otros genios como El Greco Caravaggio.